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lunes, 25 de noviembre de 2019

Parece que no quiere madrugar la madrugada


Parece que no quiere madrugar la madrugada

Y parece que el atardecer se adelanta.

Los fascismos aletargados parecen reverdecer

 para retrotraernos al pasado y sus tinieblas

Unos se llenan la boca de patriotismo sin tener la más mínima empatía con otros patriotas, que lo son, aunque piensen y sientan de  forma diferente, que no son mejores ni peores, simplemente… diferentes. Señalan al inmigrante como culpable de todos los males, pero al inmigrante pobre que al rico le abren las puertas de par en par. Se atreven a dar soluciones sencillas para asuntos muy complejos envolviéndose en la bandera, que es de todos, como si fuera la solución, llenándose la boca de Patria como si esta fuera de su patrimonio personal, porque a veces lo confunden. Quieren que volvamos a la época de las cavernas donde la mujer tenía un papel de sumisión al hombre, cuyo único papel es darle placer y procrear. No hay que estar muy cuerdo para confundir  el feminismo con el cáncer.

Otros se llenan la boca de nacionalismo señalando las puertas , como ya hicieran los nazis hace años, donde viven los que no comulgan con sus ideas ; amenazando con tirarse pedos si son llamados a juicio por saltarse las leyes, como hace años hicieron otros para más tarde aplicar la justicia al revés. Cortan carreteras dejando inmovilizado a mucha gente y coartando su libertad, independientemente de que piensen o no como lo hacen ellos, en protesta por una justicia que no se ajusta a sus deseos (como si la Justicia tuviera que plegarse a los deseos de las personas). No creen que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, por eso no les dejan circular actuando al más puro estilo fascista. La convivencia se basa en el respeto al prójimo piense como piense y sienta como sienta, y en el cumplimiento de las leyes, porque sin leyes esto sería la selva donde imperaría la ley del más fuerte. Todos somos iguales solo que pensamos de distinta forma. Ni mejor ni peor simplemente…diferente.  Quizá sea el miedo al diferente lo que les hace comportarse así.
 
 

En Latinoamérica parece que se ha instalado la moda de   autoproclamarse presidente con todo el boato de la retrasmisión en directo de las televisiones y demás medios de comunicación, eso sí en nombre de la democracia o para salvarla, con el reconocimiento inmediato del todopoderoso Vecino del Norte. Alguien debería explicarnos que clase de democracia es donde uno se autoproclama presidente sin ser elegido por sus conciudadanos. Son fanáticos iluminados que salen al balcón mostrando una biblia, como si este libro les bastara y les diera la razón para actuar como lo hacen y estar por encima de los demás. Pero saben que Dios no se mente en estas cosas terrenales, aunque si lo hacen, a veces en exceso, los que se dicen sus representantes y dicen hablar en su nombre. Quizá el verdadero dios de estas personas sea el dinero, ese vil metal que ya en su día definiera Quevedo como “Poderoso Caballero…”

A veces intervienen activa o pasivamente los militares para derrocar o imponer a un presidente o una forma de gobierno. Independientemente de que el gobierno derrocado nos guste más o menos, si intervienen los militares es un golpe de Estado. Podemos ponerle los adjetivos calificativos que queramos pero cuando intervienen los militares en vez de las urnas es un golpe de Estado.

El cambio climático, aunque algunos poderosos lo niegan, para bien o para mal y más temprano que tarde, hará que los países se decanten por las energías limpias y renovables. Será una nueva revolución industrial en torno a estas energías, donde los coches eléctricos serán los que circularán por pueblos y ciudades, demandando Litio, mucho Litio para sus baterías y cobre mucho cobre para todo lo relacionado con esta nueva revolución industrial. Pobre del país que tenga estos materiales si no se aviene a los deseos de la multinacionales (todopoderoso dios verdadero sobre la tierra) protegidas por sus gobiernos.

Tal vez nos de una idea de lo que está pasando en Bolivia si pensamos que este país  cuenta con la mayor reserva del mundo  de Litio.  Pero esto no lo dicen las televisiones que enfocan al autoproclamado presidente, perdón presidenta. Por cierto Chile es el mayor productor de cobre del mundo, quizá nos de otra visión de lo que está ocurriendo allí y porque.

Como decía al principio, el fantasma del siglo XX aletea de nuevo y parecen reverdecer los fascismos aletargados en sus tinieblas y a la madrugada le cuesta un poco más madrugar.

jueves, 4 de julio de 2019

Nos mienten


He estado viendo esta pagina y me parece muy interesante. Como nos engañan al manipular una foto. parece increíble. Dale al enlace para ver más ejemplos



Resulta bochornoso que organizaciones como la de la foto utilice estas tácticas.

martes, 25 de junio de 2019

Poyales: el caso de la Rubia Platino (X)


El comisario se encogió de hombros dando por hecho que o resolvían el caso pronto o él pagaría por estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Poyales entendió perfectamente lo que insinuó y no dijo el comisario. Levantándose de la silla dijo

— Supongo que aun no estoy detenido.

El comisario negó con la cabeza.

Poyales se dirigió a la puerta de su antiguo despacho  y  volviéndose pidió:

— Espero que no olvidéis los años que hemos pasado juntos resolviendo casos y me echéis una mano.

—Cuenta con ello —respondió raudo el inspector Toril—. Ahora mismo hablaré con el juez para ver si nos autoriza a comprobar las llamadas del móvil de este tipo —terminó señalando la imagen del político Alberto Ríos.

— Gracias —respondió Poyales desde la puerta.

— No las des. Es nuestro trabajo —contestó enigmático “El Greco”.

Ya en la calle, Poyales iba pensativo. Pasar una temporada en la cárcel no le agradaba en absoluto aunque tuviera resuelto el tema de la comida. Los dos mil euros recibidos de la Rubia Platino estaban llegando a su fin y pocas cosas le quedaban por vender. De regresos a su casa pasó por la tienda del detective y contarle al dependiente lo que había pasado con las cámaras y el móvil.

—Buenas tardes, no sé si me recuerda, hace unos días compré una cámaras que conectadas con el móvil le enviaban lo que grabaran.

— Claro que me acuerdo —respondió el dependiente. Como no iba a recordar al que entró pidiendo micrófonos y no sabía que existían cámaras igual de pequeñas que lo captaban todo.

— Pues veras —comenzó Poyales—, las cámaras no sé si gravaron lo ocurrido, pero el caso es que al teléfono no enviaron nada y no sé porqué.

— ¿Estaba bien de batería? —preguntó el dependiente.

— Creo que sí —dijo pensativo El detective. Lo cierto es que cuando lo miro, después de salir de la comisaría, estaba apagado. Con la mirada de los agentes y su detención no pudo mirarlo antes —. Aunque pensándolo bien no pude mirarlo en el momento y unas cuatro horas más tarde, cuando lo quise mirar, estaba apagado.

— Las imágenes que envían las cámaras están durante unos días en la nube y después se borran.

— Donde dice que están las imágenes ¿En las nubes?

El dependiente miró a Poyales y sonriendo respondió:

— Es una forma de hablar. No sé el tiempo que puede pasar desde que se grabaron las imágenes para poder recuperarlas. Puedo intentarlo, pero necesito que me deje el móvil y las cámaras para poder hacerlo.

Poyales sacó lo pedido del bolsillo y lo puso sobre el mostrador:

— ¿Cuánto tardarás? Es muy urgente.

— No es fácil, necesitaré tres o cuatro días como mínimo —Contestó el dependiente.

— ¡Ponte con ello! Dentro de tres días me paso por aquí.

—Está bien. Pero no le garantizo nada —replicó el comerciante.

— Inténtalo por favor —pidió Poyales dando media vuelta y saliendo de la tienda.
 
                  Imagen del archivo de la ACDT El Piélago

Se marchó a casa. Llevaba todo el día sin comer y no tenía hambre. Aun así antes de llegar pasó por un supermercado y compró una barra de pan, un poco de jamón serrano y una botella de agua. Llegó a casa se dio una ducha rápida. Encendió la tele y se sentó a degustar las viandas compradas. Comió despacio, muy despacio dando vueltas a sus enredadas reflexiones. Para terminar se puso un café: agua con descafeinado, que tomó a pequeños sorbos. El sabor del café se mezclaba con sus amotinados pensamientos: Donde estaría la Rubia Platino; sería la viuda tan inocente como aparentaba; la distancia al pueblo de la madre no era tanta; tendría la victima seguro de vida, sería bueno saberlo. Sacó su libreta y apuntó:

¿Victima seguro vida?

Apagó el televisor su cabeza estaba en otro sitio. Cogió un libro y estuvo leyendo hasta que, sin darse apenas cuenta, se quedó dormido con el libro abierto sobre el pecho.

Se despertó sobresaltado: alguien aporreaba la puerta.

— ¡Voy! —gritó desesperezandose  y estirándose. Cuando abrió la puerta vio  al inspector Toril, acompañado de otros agentes, que le mostraba un papel.

— Lo siento Poyales, orden de detención. El  juez quiere interrogarte.

El detective no miró la orden que  en cierto modo  esperaba.  Se limitó a decir:

— Pasar y darme unos minutos para que me ponga un poco decente.

Ante el signo positivo del inspector, Poyales desapareció de la vista de los agentes para presentarse a los pocos minutos con la cara lavada, bien peinado y con  ropa limpia.

Salieron todos. El detective cerró al puerta con llave y cerrojo y después tendió las manos a los agentes para que le esposaran.

— ¡No es necesario! —exclamo Toril dando un manotazo al aire.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Poyales una vez montados en el coche patrulla y este en marcha.

— Alguien ha ido con el cuento a los de arriba —contestó el inspector Toril—, ya sabes lo que eso supone.

— ¿Y no habéis puesto ninguna objeción?

— El comisario está esperando un ascenso de los políticos de turno y la resolución de un  caso tan mediático, con la detención del sospechoso en un par de días, le puede favorecer mucho —contestó de mala forma Toril—. No está para echar una mano a nadie.

— Ya —comentó Poyales—, se junta el hambre con las ganas de comer.

— De todas formas será el juez quien debe decidir si te detiene o no. Mañana está de guardia la juez que tan bien te trató anteriormente, hasta entonces estarás detenido en la comisaria y después será ella quien decida. Te interrogará y a su señoría le puedes contar todas tus sospechas, y en el lio que andas metido por culpa del encargo de esa mujer.  Seguro que te escucha atentamente —replico el policía—. Yo no puedo hacer más.

Llegaron a comisaría y el detenido fue llevado a una celda. Antes dijo dirigiéndose a su antiguo subordinado:

— Gracias Toril, te lo agradezco mucho.

Ya en la celda, el detenido se tumbo en el jergón y decidió tomárselo con calma. Otra cosa no podía hacer.

Al día siguiente le llevaron ante la juez, que  al verle le reconoció:

— Otra vez usted, Poyales.

Estuvo toda la mañana contestando las preguntas de su señoría. También le contó todo lo ocurrido desde que la Rubia Platino entrara en su casa para contratarle, e insistió en que todo era una trampa en la que absurdamente cayó como un colegial.

La juez atendiendo la petición del fiscal, sin duda presionado por los de arriba y los del banco, le impuso prisión eludible bajo una fianza de 25.000 euros, desoyendo la petición del ministerio fiscal que pedía prisión incondicional por existir riesgo de fuga.

Poyales cuando escuchó  a la juez, cerró los ojos: el no tenía esa cantidad ni nada con lo que la pudiera abalar, por lo que pasaría una larga temporada en la cárcel. Por lo menos hasta que saliera el juicio y después…

—Alegra esa cara hombre —comentó Toril —. Esta Juez te tiene aprecio, sino la fianza hubiera sido mucho más alta.

— Ya —murmuró el detenido—. Algún día le agradeceré ser tan benévola.

De los juzgados Poyales salió esposado  en un furgón de la guardia civil camino de la cárcel, su nuevo destino.

—Soy inocente aunque todo me señale. No lo olvidéis. Mientras yo estoy encerrado el verdadero asesino esta suelto —dijo el detenido cuando se despedía de Toril, su antiguo compañero.

—No te preocupes, seguiremos investigando.

 
El detective Poyales pasará unos meses en prisión. En septiembre retomará el caso, ya que un personaje inesperado, que ya ha aparecido de refilón en el caso, pagará la fianza y le dará nuevos datos que le pondrán sobre la pista del asesino o de los asesinos.

 

martes, 18 de junio de 2019

Poyales y el caso de la Rubia Platino (IX)


Al llegar, su sustituto, el inspector Toril, le espetó:

—Íbamos a emitir la orden de búsqueda y captura por ti.

— Coño Toril, he sido vuestro compañero durante años, darme un poco de margen.

— El banco está presionando mucho para que resolvamos el caso —contestó el inspector Toril—.  Da gracias a que los periodistas no se han enterado de que el principal sospechoso es un policía, pero en cuanto se enteren los de muy arriba tomaran cartas en el asunto.

— Ya —replicó Poyales, moviendo la cabeza pensativo. Echó un vistazo a las antiguas dependencias policiales, su antiguo lugar de trabajo, y preguntó:

— ¿Puedo sentarme en un ordenador? Necesito buscar algo.

  ¿No tienes en casa? Tenías un portátil.

— Se quedó obsoleto y lo vendí —contestó Poyales.

 No dijo que esa venta le proporcionó comida durante unos días. Terminó diciendo:

 — Tengo que comprar uno pero no encuentro el momento.

— Hay varios libres —dijo Toril señalando la sala—, siéntate en el que quieras.

Poyales se sentó en una mesa, sacó su libreta  y comenzó a mover el ratón. Transcurrieron las horas sin darse apenas cuenta. A veces soñaba despierto que todo era un mal sueño:   que el joven político no existía; que la mujer encontrada muerta se había ahogado en la bañera y él seguía viviendo con Carmen, su mujer. Pero la realidad se imponía y la verdad no tiene remedio por triste que sea; que la mujer en vez de ahogada la encontraron enterrada bajo la bañera y si el dueño del piso no hubiera hecho obras, allí seguiría enterrada; que el político existía  y para bien o para mal todo unido le cambió la vida. Seguía moviendo el ratón con los ojos fijos en la pantalla. Sus antiguos compañeros salieron a comer  y volvieron con el estomago lleno y él seguía tecleando  y moviendo el ratón, e imprimiendo lo que creyó interesante y lo metió en una carpeta.

A media tarde llegó el comisario y al verle se dirigió a él:

— Hombre Poyales ¿Ahora trabajas aquí? Todavía no ha terminado tu suspensión.

— Tengo algo que quiero mostrarles y algunas ideas que me rondan la cabeza que me gustaría comentar —contestó Poyales haciendo caso omiso al comentario de “El Greco”

El comisario le miró y tras un leve silencio dijo señalando el despacho donde estaba el inspector Toril:

— Vamos a tu antiguo despacho. El inspector Toril también lo debe saber.

Entraron y se sentaron alrededor de su antigua mesa. Poyales abrió la carpeta y extendió varias fotografías, impresas en folios, sobre la mesa. En todas se veía la imagen del político implicado en el caso de la bañera: eran fotos de mítines en distintas ciudades del país y todas tenían el mismo fondo: detrás del político muchos jóvenes de ambos sexos, en ninguna imagen se veían detrás del  político personas mayores: cosas de la publicidad no escrita o subliminal de los políticos: los mayores tiene poco futuro y poner detrás del político en cuestión a esas personas , que también existen y,  por supuesto, también votan, para que salgan en las fotos y en los telediarios, sería como decir que ese político tiene escaso futuro. Por eso siempre hay detrás de ellos gente joven, gente con un futuro por delante.

— Es Alberto Ríos, el político que dimitió por el caso de la mujer de la bañera —comentó en inspector Toril.

— ¿Qué nos quiere decir con esto? —preguntó el comisario levantado una ceja.

—En todas las fotos está esta mujer —Poyales fue señalando una a una la imagen de una mujer. En unas fotos  a la izquierda, en otras a la derecha y detrás del político, pero en todas aparecía la misma mujer.

— ¿Y? —se impacientó “El Greco”

— Es la Rubia Platino que me contrató para que espiará a su supuesto marido —dijo Poyales sacando la foto de la mujer de su cartera—. Es un poco más joven y no tan rubia, pero sin duda es ella.

— ¿Quieres decir que este hombre está detrás del crimen? —preguntó incrédulo  “el Greco”

— No sé qué pensar —comentó el detective—.  Es todo muy extraño.

— No estarás obsesionado con el político —habló el inspector Toril—. Al fin y al cabo por su causa estás dónde estás.

— No había vuelto a pensar en él hasta esta mañana: tomando café en un bar en la tele a salido esta imagen –señaló la foto—, he creído conocer a esta mujer y la búsqueda en el ordenador lo ha confirmado.

Los policías le miraron un tanto escépticos.

— Esta mujer me contrató para que espiará a su marido ¿Qué buscaba con engañarme?  La pedí una llave para poder entrar en su casa y, que casualidad, la mañana que recojo la llave me encuentro la puerta abierta, entró en la casa me encuentro con el muerto y llegáis vosotros. Yo no os llamé, no me dio tiempo. Quien  llamara sabía perfectamente lo que había ocurrido ¿Qué os dijeron al llamar? No hubo disparos que pudieran oír los vecinos.

 Los dos policías se miraron. Comprendían el razonamiento del, en otro tiempo, buen inspector y desde luego algo no encajaba.

— ¡Que traigan la llamada de ese aviso! —pidió “El Greco”—. Vamos a oír que dice.

En unos minutos los tres escuchaban la voz de una mujer avisando de un asesinato y la dirección.

— ¿Te suena esa voz? —preguntó Toril.

Poyales movió negativamente la cabeza.

— ¿En qué te vasa para pensar en Alberto Ríos? —insistió el comisario —. Ya no es cabeza de lista de su partido aunque sigue con un cargo importante en él; tiene un buen sueldo y vive muy bien ¿Qué ganaría él?

— Hace cuatro años con la investigación le jodí la vida, no es nada extraño que él me la quiera joder  ahora a mí.

El comisario movía la cabeza en señal de duda murmurando:

— No sé, no sé…
Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
 
— ¿Porqué no comprobáis si en esas fechas y en los días previos y posteriores al asesinato hubo llamadas  a esta ciudad y al barrio de la víctima o procedentes de él? Es una simple llamada a la compañía telefónica —pidió Poyales.
— ¿Sin una autorización del juez? —preguntó sorprendido el comisario.
Poyales impotente se encogió de hombros siseando entre labios:
— Como si fuera la primera vez.
— El juez no lo autorizará así por las buenas —habló Toril.
— Hay indicios que le relacionan o le pueden relacionar con esta mujer  —dijo Poyales señalando a la Rubia Platino —, y ella, no os quepa duda, está implicada en todo esto.
— Lo intentaré —afirmó Toril—. No esperes nada positivo.
— Y la esposa ¡Habéis comprobado su coartada?
— ¡Poyales! —comentó desesperado “El Greco”
— El pueblo donde vive su madre está a dos horas escasas de Toledo, le dio tiempo de volver a casa e ir de nuevo al pueblo para recibir allí vuestra llamada. Es cuestión de rastrear su teléfono móvil —insistió Poyales que al hablar del móvil recordó que el suyo no recibió imágenes de la cámara. Tendría que pasarse por la tienda y hablar con el joven que le atendió que parecía saber mucho de móviles.
— Para rastrear un móvil hay que tener una autorización judicial,  y de la viuda dudo mucho que nos la den —intervino categórico el inspector Toril.
— ¿La autopsia ha revelado la hora exacta de la muerte? —pregunto Poyales que sin comerlo ni beberlo se veía con un pie en la cárcel.
— Exacta, exacta…—volvió a hablar Toril—. El forense cree que fue sobre las cinco de la mañana.
—Yo llegué a las siete cuarenta y cinco, aparqué el coche frente a la casa, no se veía nada raro; recogí la llave y antes de las ocho ya estabais vosotros allí y yo detenido, ¡no tuve tiempo de matarle si ya estaba muerto!
— Ya — tomo la palabra escéptico “El Greco”—, pero el cuchillo en el cuerpo del muerto tiene tus huellas por todas partes; nos cuentas que unos días antes el cuchillo desapareció de tu casa, pero no lo denuncias y, para más inri, eres el único que está en la escena del crimen cuando llegamos nosotros. Muchas casualidades juntas ¿no te parece?
— Es una encerrona señor comisario. Me han tendido una trampa y he caído como un imbécil.
— Da gracias —continuó “El Greco”— a que eres o eras un policía, un buen inspector, por eso no estás ya detenido. Pero esta situación no va a durar eternamente. El tiempo apremia y cuando se enteren los de arriba…

martes, 11 de junio de 2019

Feria del Libro

Interrumpo la historia del detective Poyales y su caso de la Rubia Platino para comentar que el jueves 13, estaré en la Feria del Libro de Madrid.

A partir de la 20:00 horas estaré en al caseta 346.

Si podéis, queréis y os apetece dar una vuelta por el Retiro, pasear entre casetas y libros será un honor saludaros si os acercáis a la caseta 346 de "Entrelíneas editores". Es un buen sitio para ir con los niños y que se vayan acostumbrando a los libros y a  la lectura.

Recordaros que si tenéis que hacer un regalo en estos días o en los próximos y no sabéis muy bien que comprar, un libro siempre es un buen regalo y... si es "Ladrón de Neveras" será un regalazo.




martes, 4 de junio de 2019

Poyales, detective privado: el caso de la Rubia Platino (VIII)


—Como le explicaba, Clara poco a poco se fue metiendo en todas las facetas de nuestra vida. Un día los encontré en la cama. Mi marido se sorprendió claro, pero ella se levantó y con mucha naturalidad vino hacia mí. Me abrazó. Me besó. Me acariciaba mientras me susurraba al oído que entre ellos no había nada, absolutamente nada, solo diversión  y disfrutar del sexo. Me contó que Onofre estaba loco por mí y ella por nada del mundo quería hacerme daño, si era su mejor amiga. Con sus abrazos, sus caricias y sus besos me embaucó. A nadie le sobran unos abrazos, unos besos y algo de cariño en estos tiempos que corren. Terminé con ellos en la cama y porque no reconocerlo: disfrutando del sexo con ellos —la mujer hizo una pausa y continuó con su relato—. La última vez que estuvimos juntos fue el día anterior a la muerte de mi marido.  Recibí una llamada de una vecina de mi madre. Vive en el pueblo sola. No quiere venir a vivir con nosotros. Esta vecina me dijo que se había desmayado y que habían llamado a una ambulancia. Me marché rápidamente al pueblo, el resto ya lo sabe usted.

—¿Ella lo sabía? —preguntó Poyales señalando la foto de la Rubia Platino.

—Sí claro, ella lo sabía todo de nuestra vida.

— No ha vuelto a saber nada de ella.

— No. No se habrá enterado de lo sucedido —comentó la viuda—. De haberse enterado habría venido.

El detective dudaba que la Rubia Platino no supiera lo ocurrido, es más ella formaba parte de lo ocurrido, pero no dijo nada: bastante aflicción tenía la viuda para darla aun más.

—Si sabe algo de ella o se pone en contacto con usted por favor llámeme —dijo dejando su tarjeta de visita sobre la mesa y poniéndose en pie. La viuda le acompañó a la puerta. Un poco indecisa la mujer comentó:

—Esas grabaciones…

— No se preocupe por ellas, no las ha visto nadie. Cuando todo termine las borraré. Le importa que pase al servicio.

—No por supuesto que no —contestó la viuda señalando donde estaba.

Poyales aprovechó para coger las cámaras de la habitación y del comedor y con ellas en el bolsillo abandonó la casa dando las gracias a la viuda por haberle atendido.  Ella por toda respuesta dijo:

—Detengan al que mató a mi marido. Será la mejor manera de darme las gracias.

—Lo haremos puede estar segura de que lo haremos.
                             Imagen del archivo de la ACDT El Piélago

El detective bajó paseando; dando vueltas a sus enredados pensamientos. La mañana era soleada e invitaba a pasear. El sol templaba el ambiente y no hacia el frio de los días anteriores. Llegó a aparcamiento donde dejó el coche. Fue montar pero con la puerta abierta desistió. Volvió a cerrar el vehículo y caminando se acercó a tomar un café en el bar donde desayunaba el muerto. Despacio pasó por delante de la sucursal bancaria donde trabajaba la víctima, todo estaba tranquilo. Ya se sabe: a rey muerto rey puesto. Su plaza habría sido cubierta por algún otro compañero y todo seguiría igual. Allí dentro sería un día más. Llegó al bar y pidió un café. Le atendió el mismo camarero de días anteriores que mientras le ponía lo pedido preguntó:

—Se ha enterado usted de lo que ha pasado. Los cacos no solo roban, esta vez han matado al director del banco.

—Sí, algo he oído —confirmó el detective.

—Que cabrones. Si es que entran por una puerta y salen por otra —comentó el camarero—. Hace unos minutos ha salido uno en la tele, al que habían detenido ciento y pico de veces, con un historial delictivo para llenar un cuaderno de los gordos, y ahí está: en la calle ¡Manda cojones!

Poyales se encogió de hombros. Sabía por experiencia que la ley tiene muchos recovecos y triquiñuelas y los ladrones, y en particular sus abogados, se las saben todas y saben muy bien como aprovecharlas.

—Es la ley —se limitó a decir—, y mientras los políticos no las cambien…  por cierto ¿Tenía enemigos ese hombre?

—Que sé yo —contestó el camarero encogiéndose de hombros —, con lo de las participaciones preferentes, los bancos  engañaron a mucha gente que confiaba precisamente en los directores de las sucursales como él. Alguno le llegó a amenazar aquí mismo, pero no creo que ningún cliente por muy estafado que se sintiera fuera capaz de matarle.

Poyales movió la cabeza en señal de aprobación. Tomó despacio el café, sorbo a sorbo, saboreándolo y mirando de vez en cuando al televisor. De repente una imagen le llamó poderosamente la atención.

— ¿Qué están dando? —preguntó al camarero.

—Como estamos en campaña preelectoral, según dicen, están recordando campañas y políticos de otros años. Concretamente ese que ha salido era un joven con mucho futuro, se llegó a decir que llegaría a presidente. Se vio implicado en un escándalo, un asesinato de una mujer y una bañera,  creo recordar.  Tuvo que dimitir o le dimitieron por el bien del partido claro. Lo recordará usted: fue unos meses antes de las anteriores elecciones.

—No sigo mucho a los políticos pero algo recuerdo —contestó el detective mientras pensaba en la imagen que habían emitido unos segundos y en cómo conseguirla.  Se fijó en el logo de la pantalla para saber la cadena que estaba emitiendo. Sacó su libreta y apuntó en ella: buscar imagen campaña electoral mitin partido Ciudadanos Demócratas de España.

Estuvo un rato mirando la tele sin ver absolutamente nada, absorto en sus pensamientos. Pagó y salió. Fue hasta el coche, montó y se marchó: tenía que pasar por comisaría antes del medio día y ya lo era, pero la imagen vista no se le iba de la cabeza.
Continuará...

martes, 28 de mayo de 2019

Poyales y el caso de la Rubia Platino (VII)


...que la que oficiaba de viuda y a la que todos daban el pésame, era la mujer morena menuda, que sin ropa no lo era tanto. A su lado el hombre mayor y el joven que estaba en el cementerio. El detective se acercó, como otros muchos, y le ofreció consternado  sus más sinceras condolencias. Consternado porque le habían engañado y tenía que averiguar por qué. La viuda le dio gracias indiferente igual que el hombre mayor  y el joven, al que los presentes se referían como padre e hijo de la víctima.

A los dos días, el comisario le confirmó que en la casa, como él les dijera, no había ni una sola huella suya, solo en el dintel de la puerta y… en el mango del cuchillo. Y que eso de que lo perdió unos días antes ante un juez no valdría nada. Le informaron que la viuda el día anterior a los hechos,  a media mañana recibió una llamada y se tuvo que marchar al pueblo: su madre se puso enferma y tuvo que llevarla a urgencias. Volvió a casa cuando recibió la llamada de la policía informándole del triste suceso. Por lo que no sabía quién pudo matar a su marido. Según ella no tenía enemigos y por su trabajo era querido y respetado en el barrio.

—Tienes unos días para resolver el caso —dijo “El Greco”—. El banco nos presiona para hallar un culpable, y para bien o para mal tú eres el principal sospechoso. Dijiste que habías echado en falta un cuchillo de tu casa y que casualidad que es el que esta clavado en el pecho de la víctima. Encuentra a esa mujer. Te juegas muchos años de cárcel.

Al día siguiente de su paso por la comisaría se acercó  a ver a la viuda: necesitaba hablar con ella. Dejó el coche estacionado en el aparcamiento al lado de las dependencias municipales, un paseo le vendría bien, le ayudaría a pensar. Llegó a la casa de la viuda, antes de su cliente, y llamó a la puerta. Tardaron en abrir y cuando lo hicieron  apareció una mujer mayor desconocida para el detective.

— ¿Puedo hablar con la señora Perales?

—Pase —respondió la mujer—. Espere un momento.

A los cinco minutos apreció Eloísa Perales, viuda del director de la sucursal bancaria. Su aspecto estaba  deteriorado: unas marcadas bolsas bajo sus ojos denotaban  el cansancio, la impotencia y la angustia e incertidumbre ante el futuro.

Después de mostrarle su carné de detective y decirle que él fue quien encontró a su marido muerto, le explicó:

—Yo entré en su casa porque Eloísa Perales me contrató: pensaba que su marido la engañaba y quería saber si era cierto.

—Eloísa Perales soy yo y no le conozco a usted. Recuerdo que estuvo el otro día en casa, el día del funeral y se lo agradezco, pero yo no le he contratado y mucho menos para espiar a mi marido.

— No,
 
Foto del archivo de imágenes de la ACDT El Piélago

usted no me contrató, lo hizo esta Eloísa Perales —dijo el detective con aplomo enseñando la foto de la rubia Platino.

—Esa es Clara Navalacruz, una amiga, una buena amiga.

—También me enseño una foto del marido, a quien debía seguir, para saber quién era —insistió  Poyales mostrándole la foto que su cliente le dio de su supuesto marido.

—Ese es Onofre, mi marido, mi difunto marido.  Clara está separada. No conocemos a su ex marido.

 —Si este es su marido ¿por qué cree que me contrató para seguirle?

La viuda se encogió de hombros. Le costaba hablar. Cuando mencionó a su difunto esposo los ojos le brillaron de emoción. Poyales tardó en hablar, no quería herir a la verdadera Eloísa, pero su vida estaba en juego y necesitaba saber la verdad:

—Esta mujer me ha engañado. Sospecho que ella está detrás de la muerte de su esposo para cargarme el muerto a mi. ¿Dónde la puedo encontrar?

—No lo sé —contestó la viuda mirándome con incredulidad—. El día anterior a la muerte de Onofre fue el último día que la vi. No la he vuelto a ver.

—Es una buena amiga y ni siquiera le ha dado el pésame —comentó el detective como si sus pensamientos hubieran escapado sin querer —La noche del asesinato no la pasó en casa ¿Dónde estaba?

— Ya se lo he dicho a la policía —explicó la viuda—: el día anterior a última hora de la mañana recibí una llamada del pueblo, era una vecina de mi madre. Se encontraba mal y quería que la acompañara al médico. Inmediatamente salí para el pueblo. La lleve a urgencias en cuanto llegué, serian las seis de la tarde. Salimos del hospital de madrugada y me quedé allí a dormir. Me despertó la policía con la noticia de Onofre.

—Hábleme de esta mujer ¿Quién es? —pidió el detective.

—La verdad es que no sé muy bien quién es —expresó la viuda—. Una noche, volvíamos de una cena, la encontramos en la puerta muy demacrada y llena de moratones: su marido le había dado una buena paliza. Salió huyendo  y montó en el primer autobús que vio parado. Llegó hasta aquí. Un poco más arriba tiene el bus la última parada. Supongo que ahí la obligaron a bajar. La ayudamos como pudimos. Onofre la ayudó a conseguir una casa en el barrio: el banco, con la crisis,  tiene muchas. Poco a poco, y sin saber muy bien como,  se fue metiendo en nuestra vida, hasta el punto de que no hacíamos nada sin ella. Queríamos ayudarla, que saliera del entorno de violencia en el que, según ella,  estaba metida y proporcionarle una nueva vida, que conociera a otras personas, otros ambientes…eso es todo.

La mujer se quedó callada mirando al detective. Éste esperó paciente unos instantes y al ver que la viuda seguía sin hablar inquirió:

— Usted me oculta algo.

— No tengo por qué ocultarle nada —respondió encogiéndose de hombros.

— Sí, usted me oculta cosas —insistió Poyales.

Ella volvió a encogerse de hombros y dijo con desgana:

— No, le estoy contando todo. No sé nada de Clara excepto lo que ya le he dicho. Ella no quería hablar de su pasado. Había sido muy infeliz, recibió muchos golpes. Mi marido y yo simplemente quisimos ayudarla y lo hicimos.

El detective movió la cabeza como diciendo esta tía me toma por idiota. La miró acusador, impaciente, su futuro estaba en juego y tenía poco tiempo:

— ¿Qué hacían ustedes por la mañanas?

Ella le miró un poco extrañada y contestó:

— Charlábamos. Mi marido a media mañana solía venir a desayunar. Ella a veces también venía y hablábamos. Clara era buena interlocutora, sabía mucho de todos los temas, especialmente de la política y de los políticos.

— ¿Hablaban?  ¿Y qué más?

—Nada, solo eso: hablar —explicó la viuda un poco contrariada.

Poyales, sin dejar de mirarla, sacó el móvil de la faltriquera. Tocó en la pantalla y mostró a la mujer la orgia grabada unos días antes.

Ella se quedó azorada, mirando sorprendida. Muy sorprendida su mirada  iba de la pantalla del móvil a los ojos del detective.

— Cuéntemelo todo —insistió Poyales.

Después de un largo silencio, susurrando comenzó a decir:

Continuará....

martes, 21 de mayo de 2019

Poyales: El caso de la Rubia Platino (VI)


Salió a la calle y se apoyó en un coche de la policía al lado  de dos agentes que estaban vigilando en la calle. Tranquilamente esperó pensando en su cliente con la que se había cruzado cuando llegó por la mañana. También se cruzó con el Audi blanco ¿Quién conducía? Seguro que la mujer menuda morena no era. Creyó ver los rasgos de un hombre. Es más, le pareció ver algo totalmente imposible: al marido de su cliente.

Llevaba unos minutos sumido en sus pensamientos cuando oyó voces procedentes de la casa y algún taco subido de tono. En unos instantes el inspector Toril salió corriendo de la casa. Al verle apoyado en el coche patrulla frenó en seco y se acercó.

—Pensaba que te habías fugado.

—No tengo porqué huir.No sé porqué, pero esto es un encerrona —contestó Poyales mientras le entregaba las esposas—. Ahí dentro no encontraras ni una sola huella mía, a no ser la suela de mis zapatos.

—Tendrás que acompañarnos a comisaria —replicó el inspector.

Poyales montó en la parte trasera de un coche patrulla como un detenido más. Unos minutos más tarde estaba en su antiguo despacho. Terminaban de entrar cuando llegó el comisario jefe al que todos apodaban “El Greco”, por tener un rostro alargado muy similar al que inmortalizara el pintor en sus cuadros.

— ¡Coño Poyales!...  esperaba que tu vuelta a esta comisaría  fuera de otra forma —le saludó con mucha sorna no exenta de ironía.

Poyales impotente, por toda respuesta, movió ligeramente los hombros.

—No sabe qué ha pasado. Dice que es una casualidad que estuviera allí —habló el inspector Toril dirigiéndose al comisario.

— ¿A sí? Cuéntanos tu cuartada —inquirió sentándose el comisario.

—No tengo cuartada —comenzó a relatar Poyales. Les contó lo sucedido; que era detective y que este era su primer caso; su cliente, la esposa de la víctima, creía que el muerto la engañaba y por eso le contrató. Se calló que había puesto cámaras en la casa y lo que allí se organizaba. Tampoco comentó que esa misma mañana se había cruzado con el Audi blanco y con el Toyota de la Rubia Platino. Y ya que un muerto no puede conducir alguien lo conducía. Estaba amaneciendo y dentro del coche estaba oscuro, además con las luces del coche se ve peor en su interior. Y seguía pensando en por qué coño el móvil no había detectado nada esa mañana. Termino su relato pidiendo:
                   Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
 

—Quisiera pedirles que me dejéis asistir al funeral de la víctima.  Necesito hablar con mi cliente para aclarar alg…

—Con tu cliente hablaremos también nosotros —cortó el comisario—. Dado que aun perteneces a este cuerpo haremos una excepción. Eres el principal y único sospechoso. De momento no te vamos a detener. Preséntate todas las mañanas en esta comisaría. Si a las doce de la mañana no te has presentado daré orden de búsqueda y captura contra ti, y serás detenido allí donde te encontremos. Eras un buen policía, ahora tienes que demostrarlo, porqué pensabas recuperar tu puesto ¿no?

—Tengo que comer y para ello necesito trabajar —contestó lacónico Poyales.

El detective se dirigió hacia la salida y al llegar a la puerta se paró. Estuvo unos instantes pensativo. Se volvió y comentó:

—No sé si tendrá algo que ver, pero hace unos días eche en falta un cuchillo de casa. No le di mayor importancia, pensé que lo habría tirado a la basura con las sobras de algún plato, como me ha pasado alguna vez con los cubiertos. Pero será mejor que lo sepan por si acaso…

Dos días después, a media tarde, se celebró el funeral de la víctima. Aunque la muerte fue por el cuchillo clavado en el pecho  seccionándole el corazón, los forenses tuvieron que establecer la causa científica: muerte por pérdida severa de sangre producida por un shock a causa de la penetración  de un objeto puntiagudo en el pecho a la altura del corazón. El cementerio estaba situado en un pequeño altozano  al que se llegaba dando un paseo desde el barrio de su cliente. El cielo estaba salpicado de nubes rotas,  blancas y esponjosas que, formando figuras imaginarias, hacían aparecer y desaparecer al sol como por arte de magia. Una brisa persistente, y un poco molesta, agitaba las hojas de los arboles produciendo sonidos de murmullos y cuchicheos como si hablaran entre ellas.

El detective observaba el proceso de enterramiento un poco apartado. Su sorpresa fue mayúscula cuando no vio por ningún a la mujer del muerto: la Rubia Platino como él la había bautizado.  El que  oficiaba de familiar era un hombre entrado en años cuyo rostro se parecía mucho a la víctima, y que Poyales supuso sería su padre. A su  lado un joven de unos dieciocho años que también se parecía al muerto y que el detective ni había visto nunca y pensó que sería su hijo. Cuando terminó el sepelio, como era costumbre aunque cada vez menos, todos caminando llegaron a la casa de la viuda para acompañarla durante unos minutos y ofrecerle sus más sentidas condolencias.

Poyales siguió a la comitiva, él también daría su condolencias a su cliente. Lógicamente su trabajo como detective había terminado, aunque ahora empezaba otra investigación en la que se jugaba su futuro. Tenía que enhebrar el hilo que seguía suelto y para ello primero tenía que encontrarlo.  Su primera  sorpresa al entrar en la casa, aunque a estas alturas esperaba cualquier cosa, fue…

  Continuará….

martes, 14 de mayo de 2019

Poyales: el caso de la Rubia Platino (V)


La que emitía era la cámara de la habitación, y mostraba sin ningún complejo a su cliente desnuda como vino al mundo, más imponente aun que vestida; al marido también desnudo y a otra mujer completamente desnuda también. Era la mujer menuda, que desnuda no tenía nada que envidiar a su cliente, que el día anterior, cuando estaba sentado en el parque con el viejo, vio salir de la casa. Le pareció menuda porque llevaba ropas bastante holgadas. Los tres estaban en plena orgia sexual. Los tres revueltos en la cama disfrutando los unos de los otros y los otros de los unos.

A Poyales  le daba completamente igual la vida sexual de su cliente. Acostumbrado como estaba de su época de policía a ver, oír y escuchar a sus compañeros narrar  todo tipo de relación, que ni él mismo antes se imaginaba que pudieran existir, pero que existían: ancho es el mundo y muchísima gente que lo puebla y hay de todo y para todos los gustos por extraños que nos resulten, y siempre que los participantes consientan y no se obligue a nadie a practicar  lo que no desea hacer, no hay delito y todo está bien dentro de la intimidad de cada casa.  Pero que su cliente le encargue que siga a su marido porque cree que la engaña, cuando según lo que veía en el móvil, estaban los tres mano a mano, es un decir, en plena orgía…

Algo le estaba ocultando su cliente y no era capaz de descubrirlo. Estuvo casi una hora viendo el espectáculo hasta que la mujer menuda abandonó la escena. Sería, como el día anterior, la primera en salir de la casa. Le vino a la memoria las palabras del viejo  del parque: "Ahí se debe armar cada orgia de la leche". Y no iba mal encaminado el abuelo. Tendría que volver a hablar con él. Miró su reloj. Ya era tarde: al viejo le habrían recogido ya. Otro día será.
                                                Foto del Archivo de imágenes de la ACDT El Piélago
 

Arrancó el coche y se puso en marcha. Unas nubes oscuras y esponjosas, preñadas de agua, le acompañaron de regreso a casa, aunque no llegó a llover. Al entrar, como era su costumbre, dejó las llaves sobre el recibidor: una caja de fruta pintada con flores alegres anunciando su contenido.  Terminaba de sentarse cuando sonó el móvil. Su sonido le alarmó: era la primera vez que sonaba su nuevo Smartphone: tardó unos segundo descolgar:

— ¡Dígame!

—Detective, tengo la copia de la llave. Mañana por la mañana se la dejo donde usted sabe. Por favor recójala lo antes posible, está el barrio un poco revuelto: los ladrones han hecho de las suyas.

—No se preocupe, mañana a primera hora la recogeré. Gracias.

Su cliente colgó sin más.

Poyales durmió poco y mal, algo se le escapaba y no era capaz de dar con ello. De madrugada se levantó. Estuvo leyendo casos que había recopilado en su etapa de policía y cuando la silueta de los edificios se empezó a difuminar en su ventana salió. Montó en el coche y fue a recoger la llave. La noche, como presagiaban las nubes del día anterior, había sido muy  lluviosa, aunque ahora chispeaba muy suavemente y no fue necesario darle al limpiaparabrisas. Un poco antes de llegar al barrio de su cliente se cruzó con el Audi blanco  seguido del Toyota rojo. Unos segundos después aparcó donde el día anterior y fue a recoger la llave.

Deslizó la mano por el dintel de la puerta y, ahora sí, allí estaba la llave. Sin querer rozó levemente la puerta y ésta se abrió.

 ¡Coño! ¿Qué pasa aquí?

Un poco mosqueado entró. Le recibió un olor conocido al que no supo ponerle nombre. Le extraño la tenue luz que salía de la puerta de la habitación: desde fuera todo estaba apagado.

Oyó sirenas de la policía cerca pero no le inquietó dado que en el barrio andaban los ladrones como Pedro por su casa. Entró en la habitación que era el único lugar de la casa donde había luz… el detective no pudo reprimir un lamento:

— ¡Dios!

La lámpara de la mesilla estaba tumbada bajo la cama por eso la luz era tan tenue. Sobre la cama envuelto en un charco de sangre absorbido por las sabanas y el edredón  estaba el marido de su cliente. Boca arriba con un cuchillo de cocina clavado en el pecho a la altura del corazón.

— ¡Alto. Arriba las manos!

Poyales se volvió. Frente a él dos policías, a los que no oyó llegar, le apuntaban con su arma reglamentaria.

— ¡Las manos donde podamos verlas!

El detective levantó las manos pensando en qué coño había pasado. Y porque el móvil no le había avisado de que la cámara habría detectado movimiento y se había puesto a gravar.

Uno de los agentes se le acercó sin dejar de apuntarle, le bajó una mano a la espalda, después bajó la otra y le puso las esposas. Poyales  no opuso ninguna resistencia e incluso colaboró para ser esposado. A los cinco minutos llegó el inspector Toril, que era subinspector y estaba  a sus órdenes, cuando le suspendieron  de empleo y sueldo. Unos días después le ascendieron y ocupó su lugar.

—Coño Poyales ¿tan bajo has caído? —le preguntó con mucha sorna.

—No he sido yo. No sé que ha pasado.

—No hace falta que te lea tus derechos, ya los conoces.

El detective pensativo afirmó moviendo la cabeza.

Mientras los policías practicaban las diligencias oportunas junto al cadáver y buscaban huellas y todo lo que pudieran encontrar en la casa, el detenido quedó en un segundo plano y muy sigiloso se deslizó hacia la puerta. Desde sus tiempos en la academia de policía acostumbraba a llevar una pequeña llave en el bolsillo trasero del pantalón. No le fue difícil quitarse las esposas.

Continuara…

martes, 7 de mayo de 2019

Poyales: El caso de la Rubia Platino (IV)


— Si es que les cogen y no les hacen nada —comentaba un cliente.

— Entran por una puerta y salen por otra —recalcó otro.

— Si es que no hay justicia —comentó el camarero.

— Y no se te ocurra enfrentarte a los ladrones porque entonces si que aparece la justicia pero contra ti que te has defendido de los delincuentes —habló de nuevo el primero.

— Campan a sus anchas. Así nos va —intervino otro en la conversación.

— Con Franco no ocurrían estas cosas — dejó caer un cliente en la esquina de la barra.

Poyales pago su café y salió dejando a los clientes matinales. Que gente, con el dictador ocurrían estas cosas y otras mucho peores para la salud de la gente, la diferencia es que nadie se atrevía a contarlo, por qué las consecuencias de hacerlo podían ser funestas. Jodida educación, ¡qué mal nos han contado la Historia! A sabiendas de que nos engañaban, de que no nos enseñaban toda la verdad. Sólo la verdad que a unos pocos les interesaba. Jodido país que con cuarenta años de democracia todavía, en los colegios, siguen enseñando mal la historia del siglo pasado en España.
                                          Foto del archivo de imágenes de la ACDT El Piélago

Con estas cavilaciones el detective llegó al bar de la plazoleta de la Iglesia. Remoloneó un poco observando la plaza y finalmente entró y pidió otro café. No tardó mucho en aparecer el marido de su cliente. Como la víspera ya tenía el café y una tostada sobre la barra cuando se acercó a ella. El camarero veía aparecer el coche e inmediatamente preparaba la consumición.

— Buenos días  —saludó—, parece que esta noche los cacos se han cebado en el barrio.

— Si cuando les cogen les dieran una buena paliza, que estuvieran que estar tres o cuatro meses en el hospital con los huesos rotos, se les quitarían las ganas de robar —dijo el camarero.

— Si hombre —contestó el marido—, ocupando una cama que pudiera necesitar cualquiera de nosotros y dándoles de comer gratis.

— Claro —replicó el camarero—, tú como vives en un barrio con vigilancia y con una puerta blindada.

Poyales tuvo que reprimir una carcajada al oír al camarero. En las dos horas que estuvo sentado en el parque, junto al viejo el día anterior, y la larga hora de la madrugada no había visto nada que tuviera que ver con vigilancia. En cuanto a la puerta, si él que no era experto y llevaba cuatro años sin practicar, tardó poco más de un minuto en abrir, para un ladrón sería como entrar en su propia casa.

— Quizá —intervino el detective—, habría que perseguir con más saña a los que compran los objetos robados. Quitarles todo lo comprado y ponerles una buena multa que les deje la cuenta tambaleando. En esto todos deberíamos contribuir y cuando nos ofrezcan una ganga en vez de comprarla y presumir de lo comprado, deberíamos pensar qué hay detrás de esa ganga, porque nadie da duros a pesetas. Los ladrones, por regla general,  no se quedan con lo robado, lo venden. Si no tuvieran a quien llevarle la mercancía robada… disminuirían mucho los atracos.

El marido, con la boca llena, levanto el dedo índice en señal de aprobación.

El camarero contestó:

— Puede que  tenga usted razón, pero algo hay que hacer. Así no podemos seguir. La justicia debe impartirse con más saña con toda esa gentuza.

El marido acabó su desayuno, pagó y salió del bar. Montó en su Audi y desapareció. El detective también pagó su consumición y se marchó. Llevaría unos veinte minutos paseando por las calles del barrio cuando el móvil vibró y emitió un sonido muy estridente. Lo sacó del bolsillo y lo miró: comprobó que una de las cámaras conectadas al móvil al detectar movimiento había comenzado a grabar en tiempo real. Lo guardó en la faltriquera y aligeró el paso, quería llegar lo antes posible al aparcamiento y, en el coche, ver la grabación. No quería llamar la atención por la calle, él no era como los jóvenes de ahora,  que están más pendientes del móvil que de donde pisan. Tardó quince minutos en llagar al coche. No le preocupaba el tiempo ya que el móvil guardaría lo grabado hasta que él decidiera borrarlo, aun así tenía prisa y curiosidad, no exenta de morbo, por verlo.  Se sentó en el coche y encendió el móvil. Lo que vio le dejo perplejo:

¡Coño quién engaña a quién!
 
Continuará...