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martes, 25 de junio de 2019

Poyales: el caso de la Rubia Platino (X)


El comisario se encogió de hombros dando por hecho que o resolvían el caso pronto o él pagaría por estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Poyales entendió perfectamente lo que insinuó y no dijo el comisario. Levantándose de la silla dijo

— Supongo que aun no estoy detenido.

El comisario negó con la cabeza.

Poyales se dirigió a la puerta de su antiguo despacho  y  volviéndose pidió:

— Espero que no olvidéis los años que hemos pasado juntos resolviendo casos y me echéis una mano.

—Cuenta con ello —respondió raudo el inspector Toril—. Ahora mismo hablaré con el juez para ver si nos autoriza a comprobar las llamadas del móvil de este tipo —terminó señalando la imagen del político Alberto Ríos.

— Gracias —respondió Poyales desde la puerta.

— No las des. Es nuestro trabajo —contestó enigmático “El Greco”.

Ya en la calle, Poyales iba pensativo. Pasar una temporada en la cárcel no le agradaba en absoluto aunque tuviera resuelto el tema de la comida. Los dos mil euros recibidos de la Rubia Platino estaban llegando a su fin y pocas cosas le quedaban por vender. De regresos a su casa pasó por la tienda del detective y contarle al dependiente lo que había pasado con las cámaras y el móvil.

—Buenas tardes, no sé si me recuerda, hace unos días compré una cámaras que conectadas con el móvil le enviaban lo que grabaran.

— Claro que me acuerdo —respondió el dependiente. Como no iba a recordar al que entró pidiendo micrófonos y no sabía que existían cámaras igual de pequeñas que lo captaban todo.

— Pues veras —comenzó Poyales—, las cámaras no sé si gravaron lo ocurrido, pero el caso es que al teléfono no enviaron nada y no sé porqué.

— ¿Estaba bien de batería? —preguntó el dependiente.

— Creo que sí —dijo pensativo El detective. Lo cierto es que cuando lo miro, después de salir de la comisaría, estaba apagado. Con la mirada de los agentes y su detención no pudo mirarlo antes —. Aunque pensándolo bien no pude mirarlo en el momento y unas cuatro horas más tarde, cuando lo quise mirar, estaba apagado.

— Las imágenes que envían las cámaras están durante unos días en la nube y después se borran.

— Donde dice que están las imágenes ¿En las nubes?

El dependiente miró a Poyales y sonriendo respondió:

— Es una forma de hablar. No sé el tiempo que puede pasar desde que se grabaron las imágenes para poder recuperarlas. Puedo intentarlo, pero necesito que me deje el móvil y las cámaras para poder hacerlo.

Poyales sacó lo pedido del bolsillo y lo puso sobre el mostrador:

— ¿Cuánto tardarás? Es muy urgente.

— No es fácil, necesitaré tres o cuatro días como mínimo —Contestó el dependiente.

— ¡Ponte con ello! Dentro de tres días me paso por aquí.

—Está bien. Pero no le garantizo nada —replicó el comerciante.

— Inténtalo por favor —pidió Poyales dando media vuelta y saliendo de la tienda.
 
                  Imagen del archivo de la ACDT El Piélago

Se marchó a casa. Llevaba todo el día sin comer y no tenía hambre. Aun así antes de llegar pasó por un supermercado y compró una barra de pan, un poco de jamón serrano y una botella de agua. Llegó a casa se dio una ducha rápida. Encendió la tele y se sentó a degustar las viandas compradas. Comió despacio, muy despacio dando vueltas a sus enredadas reflexiones. Para terminar se puso un café: agua con descafeinado, que tomó a pequeños sorbos. El sabor del café se mezclaba con sus amotinados pensamientos: Donde estaría la Rubia Platino; sería la viuda tan inocente como aparentaba; la distancia al pueblo de la madre no era tanta; tendría la victima seguro de vida, sería bueno saberlo. Sacó su libreta y apuntó:

¿Victima seguro vida?

Apagó el televisor su cabeza estaba en otro sitio. Cogió un libro y estuvo leyendo hasta que, sin darse apenas cuenta, se quedó dormido con el libro abierto sobre el pecho.

Se despertó sobresaltado: alguien aporreaba la puerta.

— ¡Voy! —gritó desesperezandose  y estirándose. Cuando abrió la puerta vio  al inspector Toril, acompañado de otros agentes, que le mostraba un papel.

— Lo siento Poyales, orden de detención. El  juez quiere interrogarte.

El detective no miró la orden que  en cierto modo  esperaba.  Se limitó a decir:

— Pasar y darme unos minutos para que me ponga un poco decente.

Ante el signo positivo del inspector, Poyales desapareció de la vista de los agentes para presentarse a los pocos minutos con la cara lavada, bien peinado y con  ropa limpia.

Salieron todos. El detective cerró al puerta con llave y cerrojo y después tendió las manos a los agentes para que le esposaran.

— ¡No es necesario! —exclamo Toril dando un manotazo al aire.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Poyales una vez montados en el coche patrulla y este en marcha.

— Alguien ha ido con el cuento a los de arriba —contestó el inspector Toril—, ya sabes lo que eso supone.

— ¿Y no habéis puesto ninguna objeción?

— El comisario está esperando un ascenso de los políticos de turno y la resolución de un  caso tan mediático, con la detención del sospechoso en un par de días, le puede favorecer mucho —contestó de mala forma Toril—. No está para echar una mano a nadie.

— Ya —comentó Poyales—, se junta el hambre con las ganas de comer.

— De todas formas será el juez quien debe decidir si te detiene o no. Mañana está de guardia la juez que tan bien te trató anteriormente, hasta entonces estarás detenido en la comisaria y después será ella quien decida. Te interrogará y a su señoría le puedes contar todas tus sospechas, y en el lio que andas metido por culpa del encargo de esa mujer.  Seguro que te escucha atentamente —replico el policía—. Yo no puedo hacer más.

Llegaron a comisaría y el detenido fue llevado a una celda. Antes dijo dirigiéndose a su antiguo subordinado:

— Gracias Toril, te lo agradezco mucho.

Ya en la celda, el detenido se tumbo en el jergón y decidió tomárselo con calma. Otra cosa no podía hacer.

Al día siguiente le llevaron ante la juez, que  al verle le reconoció:

— Otra vez usted, Poyales.

Estuvo toda la mañana contestando las preguntas de su señoría. También le contó todo lo ocurrido desde que la Rubia Platino entrara en su casa para contratarle, e insistió en que todo era una trampa en la que absurdamente cayó como un colegial.

La juez atendiendo la petición del fiscal, sin duda presionado por los de arriba y los del banco, le impuso prisión eludible bajo una fianza de 25.000 euros, desoyendo la petición del ministerio fiscal que pedía prisión incondicional por existir riesgo de fuga.

Poyales cuando escuchó  a la juez, cerró los ojos: el no tenía esa cantidad ni nada con lo que la pudiera abalar, por lo que pasaría una larga temporada en la cárcel. Por lo menos hasta que saliera el juicio y después…

—Alegra esa cara hombre —comentó Toril —. Esta Juez te tiene aprecio, sino la fianza hubiera sido mucho más alta.

— Ya —murmuró el detenido—. Algún día le agradeceré ser tan benévola.

De los juzgados Poyales salió esposado  en un furgón de la guardia civil camino de la cárcel, su nuevo destino.

—Soy inocente aunque todo me señale. No lo olvidéis. Mientras yo estoy encerrado el verdadero asesino esta suelto —dijo el detenido cuando se despedía de Toril, su antiguo compañero.

—No te preocupes, seguiremos investigando.

 
El detective Poyales pasará unos meses en prisión. En septiembre retomará el caso, ya que un personaje inesperado, que ya ha aparecido de refilón en el caso, pagará la fianza y le dará nuevos datos que le pondrán sobre la pista del asesino o de los asesinos.

 

martes, 18 de junio de 2019

Poyales y el caso de la Rubia Platino (IX)


Al llegar, su sustituto, el inspector Toril, le espetó:

—Íbamos a emitir la orden de búsqueda y captura por ti.

— Coño Toril, he sido vuestro compañero durante años, darme un poco de margen.

— El banco está presionando mucho para que resolvamos el caso —contestó el inspector Toril—.  Da gracias a que los periodistas no se han enterado de que el principal sospechoso es un policía, pero en cuanto se enteren los de muy arriba tomaran cartas en el asunto.

— Ya —replicó Poyales, moviendo la cabeza pensativo. Echó un vistazo a las antiguas dependencias policiales, su antiguo lugar de trabajo, y preguntó:

— ¿Puedo sentarme en un ordenador? Necesito buscar algo.

  ¿No tienes en casa? Tenías un portátil.

— Se quedó obsoleto y lo vendí —contestó Poyales.

 No dijo que esa venta le proporcionó comida durante unos días. Terminó diciendo:

 — Tengo que comprar uno pero no encuentro el momento.

— Hay varios libres —dijo Toril señalando la sala—, siéntate en el que quieras.

Poyales se sentó en una mesa, sacó su libreta  y comenzó a mover el ratón. Transcurrieron las horas sin darse apenas cuenta. A veces soñaba despierto que todo era un mal sueño:   que el joven político no existía; que la mujer encontrada muerta se había ahogado en la bañera y él seguía viviendo con Carmen, su mujer. Pero la realidad se imponía y la verdad no tiene remedio por triste que sea; que la mujer en vez de ahogada la encontraron enterrada bajo la bañera y si el dueño del piso no hubiera hecho obras, allí seguiría enterrada; que el político existía  y para bien o para mal todo unido le cambió la vida. Seguía moviendo el ratón con los ojos fijos en la pantalla. Sus antiguos compañeros salieron a comer  y volvieron con el estomago lleno y él seguía tecleando  y moviendo el ratón, e imprimiendo lo que creyó interesante y lo metió en una carpeta.

A media tarde llegó el comisario y al verle se dirigió a él:

— Hombre Poyales ¿Ahora trabajas aquí? Todavía no ha terminado tu suspensión.

— Tengo algo que quiero mostrarles y algunas ideas que me rondan la cabeza que me gustaría comentar —contestó Poyales haciendo caso omiso al comentario de “El Greco”

El comisario le miró y tras un leve silencio dijo señalando el despacho donde estaba el inspector Toril:

— Vamos a tu antiguo despacho. El inspector Toril también lo debe saber.

Entraron y se sentaron alrededor de su antigua mesa. Poyales abrió la carpeta y extendió varias fotografías, impresas en folios, sobre la mesa. En todas se veía la imagen del político implicado en el caso de la bañera: eran fotos de mítines en distintas ciudades del país y todas tenían el mismo fondo: detrás del político muchos jóvenes de ambos sexos, en ninguna imagen se veían detrás del  político personas mayores: cosas de la publicidad no escrita o subliminal de los políticos: los mayores tiene poco futuro y poner detrás del político en cuestión a esas personas , que también existen y,  por supuesto, también votan, para que salgan en las fotos y en los telediarios, sería como decir que ese político tiene escaso futuro. Por eso siempre hay detrás de ellos gente joven, gente con un futuro por delante.

— Es Alberto Ríos, el político que dimitió por el caso de la mujer de la bañera —comentó en inspector Toril.

— ¿Qué nos quiere decir con esto? —preguntó el comisario levantado una ceja.

—En todas las fotos está esta mujer —Poyales fue señalando una a una la imagen de una mujer. En unas fotos  a la izquierda, en otras a la derecha y detrás del político, pero en todas aparecía la misma mujer.

— ¿Y? —se impacientó “El Greco”

— Es la Rubia Platino que me contrató para que espiará a su supuesto marido —dijo Poyales sacando la foto de la mujer de su cartera—. Es un poco más joven y no tan rubia, pero sin duda es ella.

— ¿Quieres decir que este hombre está detrás del crimen? —preguntó incrédulo  “el Greco”

— No sé qué pensar —comentó el detective—.  Es todo muy extraño.

— No estarás obsesionado con el político —habló el inspector Toril—. Al fin y al cabo por su causa estás dónde estás.

— No había vuelto a pensar en él hasta esta mañana: tomando café en un bar en la tele a salido esta imagen –señaló la foto—, he creído conocer a esta mujer y la búsqueda en el ordenador lo ha confirmado.

Los policías le miraron un tanto escépticos.

— Esta mujer me contrató para que espiará a su marido ¿Qué buscaba con engañarme?  La pedí una llave para poder entrar en su casa y, que casualidad, la mañana que recojo la llave me encuentro la puerta abierta, entró en la casa me encuentro con el muerto y llegáis vosotros. Yo no os llamé, no me dio tiempo. Quien  llamara sabía perfectamente lo que había ocurrido ¿Qué os dijeron al llamar? No hubo disparos que pudieran oír los vecinos.

 Los dos policías se miraron. Comprendían el razonamiento del, en otro tiempo, buen inspector y desde luego algo no encajaba.

— ¡Que traigan la llamada de ese aviso! —pidió “El Greco”—. Vamos a oír que dice.

En unos minutos los tres escuchaban la voz de una mujer avisando de un asesinato y la dirección.

— ¿Te suena esa voz? —preguntó Toril.

Poyales movió negativamente la cabeza.

— ¿En qué te vasa para pensar en Alberto Ríos? —insistió el comisario —. Ya no es cabeza de lista de su partido aunque sigue con un cargo importante en él; tiene un buen sueldo y vive muy bien ¿Qué ganaría él?

— Hace cuatro años con la investigación le jodí la vida, no es nada extraño que él me la quiera joder  ahora a mí.

El comisario movía la cabeza en señal de duda murmurando:

— No sé, no sé…
Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
 
— ¿Porqué no comprobáis si en esas fechas y en los días previos y posteriores al asesinato hubo llamadas  a esta ciudad y al barrio de la víctima o procedentes de él? Es una simple llamada a la compañía telefónica —pidió Poyales.
— ¿Sin una autorización del juez? —preguntó sorprendido el comisario.
Poyales impotente se encogió de hombros siseando entre labios:
— Como si fuera la primera vez.
— El juez no lo autorizará así por las buenas —habló Toril.
— Hay indicios que le relacionan o le pueden relacionar con esta mujer  —dijo Poyales señalando a la Rubia Platino —, y ella, no os quepa duda, está implicada en todo esto.
— Lo intentaré —afirmó Toril—. No esperes nada positivo.
— Y la esposa ¡Habéis comprobado su coartada?
— ¡Poyales! —comentó desesperado “El Greco”
— El pueblo donde vive su madre está a dos horas escasas de Toledo, le dio tiempo de volver a casa e ir de nuevo al pueblo para recibir allí vuestra llamada. Es cuestión de rastrear su teléfono móvil —insistió Poyales que al hablar del móvil recordó que el suyo no recibió imágenes de la cámara. Tendría que pasarse por la tienda y hablar con el joven que le atendió que parecía saber mucho de móviles.
— Para rastrear un móvil hay que tener una autorización judicial,  y de la viuda dudo mucho que nos la den —intervino categórico el inspector Toril.
— ¿La autopsia ha revelado la hora exacta de la muerte? —pregunto Poyales que sin comerlo ni beberlo se veía con un pie en la cárcel.
— Exacta, exacta…—volvió a hablar Toril—. El forense cree que fue sobre las cinco de la mañana.
—Yo llegué a las siete cuarenta y cinco, aparqué el coche frente a la casa, no se veía nada raro; recogí la llave y antes de las ocho ya estabais vosotros allí y yo detenido, ¡no tuve tiempo de matarle si ya estaba muerto!
— Ya — tomo la palabra escéptico “El Greco”—, pero el cuchillo en el cuerpo del muerto tiene tus huellas por todas partes; nos cuentas que unos días antes el cuchillo desapareció de tu casa, pero no lo denuncias y, para más inri, eres el único que está en la escena del crimen cuando llegamos nosotros. Muchas casualidades juntas ¿no te parece?
— Es una encerrona señor comisario. Me han tendido una trampa y he caído como un imbécil.
— Da gracias —continuó “El Greco”— a que eres o eras un policía, un buen inspector, por eso no estás ya detenido. Pero esta situación no va a durar eternamente. El tiempo apremia y cuando se enteren los de arriba…

martes, 11 de junio de 2019

Feria del Libro

Interrumpo la historia del detective Poyales y su caso de la Rubia Platino para comentar que el jueves 13, estaré en la Feria del Libro de Madrid.

A partir de la 20:00 horas estaré en al caseta 346.

Si podéis, queréis y os apetece dar una vuelta por el Retiro, pasear entre casetas y libros será un honor saludaros si os acercáis a la caseta 346 de "Entrelíneas editores". Es un buen sitio para ir con los niños y que se vayan acostumbrando a los libros y a  la lectura.

Recordaros que si tenéis que hacer un regalo en estos días o en los próximos y no sabéis muy bien que comprar, un libro siempre es un buen regalo y... si es "Ladrón de Neveras" será un regalazo.




martes, 4 de junio de 2019

Poyales, detective privado: el caso de la Rubia Platino (VIII)


—Como le explicaba, Clara poco a poco se fue metiendo en todas las facetas de nuestra vida. Un día los encontré en la cama. Mi marido se sorprendió claro, pero ella se levantó y con mucha naturalidad vino hacia mí. Me abrazó. Me besó. Me acariciaba mientras me susurraba al oído que entre ellos no había nada, absolutamente nada, solo diversión  y disfrutar del sexo. Me contó que Onofre estaba loco por mí y ella por nada del mundo quería hacerme daño, si era su mejor amiga. Con sus abrazos, sus caricias y sus besos me embaucó. A nadie le sobran unos abrazos, unos besos y algo de cariño en estos tiempos que corren. Terminé con ellos en la cama y porque no reconocerlo: disfrutando del sexo con ellos —la mujer hizo una pausa y continuó con su relato—. La última vez que estuvimos juntos fue el día anterior a la muerte de mi marido.  Recibí una llamada de una vecina de mi madre. Vive en el pueblo sola. No quiere venir a vivir con nosotros. Esta vecina me dijo que se había desmayado y que habían llamado a una ambulancia. Me marché rápidamente al pueblo, el resto ya lo sabe usted.

—¿Ella lo sabía? —preguntó Poyales señalando la foto de la Rubia Platino.

—Sí claro, ella lo sabía todo de nuestra vida.

— No ha vuelto a saber nada de ella.

— No. No se habrá enterado de lo sucedido —comentó la viuda—. De haberse enterado habría venido.

El detective dudaba que la Rubia Platino no supiera lo ocurrido, es más ella formaba parte de lo ocurrido, pero no dijo nada: bastante aflicción tenía la viuda para darla aun más.

—Si sabe algo de ella o se pone en contacto con usted por favor llámeme —dijo dejando su tarjeta de visita sobre la mesa y poniéndose en pie. La viuda le acompañó a la puerta. Un poco indecisa la mujer comentó:

—Esas grabaciones…

— No se preocupe por ellas, no las ha visto nadie. Cuando todo termine las borraré. Le importa que pase al servicio.

—No por supuesto que no —contestó la viuda señalando donde estaba.

Poyales aprovechó para coger las cámaras de la habitación y del comedor y con ellas en el bolsillo abandonó la casa dando las gracias a la viuda por haberle atendido.  Ella por toda respuesta dijo:

—Detengan al que mató a mi marido. Será la mejor manera de darme las gracias.

—Lo haremos puede estar segura de que lo haremos.
                             Imagen del archivo de la ACDT El Piélago

El detective bajó paseando; dando vueltas a sus enredados pensamientos. La mañana era soleada e invitaba a pasear. El sol templaba el ambiente y no hacia el frio de los días anteriores. Llegó a aparcamiento donde dejó el coche. Fue montar pero con la puerta abierta desistió. Volvió a cerrar el vehículo y caminando se acercó a tomar un café en el bar donde desayunaba el muerto. Despacio pasó por delante de la sucursal bancaria donde trabajaba la víctima, todo estaba tranquilo. Ya se sabe: a rey muerto rey puesto. Su plaza habría sido cubierta por algún otro compañero y todo seguiría igual. Allí dentro sería un día más. Llegó al bar y pidió un café. Le atendió el mismo camarero de días anteriores que mientras le ponía lo pedido preguntó:

—Se ha enterado usted de lo que ha pasado. Los cacos no solo roban, esta vez han matado al director del banco.

—Sí, algo he oído —confirmó el detective.

—Que cabrones. Si es que entran por una puerta y salen por otra —comentó el camarero—. Hace unos minutos ha salido uno en la tele, al que habían detenido ciento y pico de veces, con un historial delictivo para llenar un cuaderno de los gordos, y ahí está: en la calle ¡Manda cojones!

Poyales se encogió de hombros. Sabía por experiencia que la ley tiene muchos recovecos y triquiñuelas y los ladrones, y en particular sus abogados, se las saben todas y saben muy bien como aprovecharlas.

—Es la ley —se limitó a decir—, y mientras los políticos no las cambien…  por cierto ¿Tenía enemigos ese hombre?

—Que sé yo —contestó el camarero encogiéndose de hombros —, con lo de las participaciones preferentes, los bancos  engañaron a mucha gente que confiaba precisamente en los directores de las sucursales como él. Alguno le llegó a amenazar aquí mismo, pero no creo que ningún cliente por muy estafado que se sintiera fuera capaz de matarle.

Poyales movió la cabeza en señal de aprobación. Tomó despacio el café, sorbo a sorbo, saboreándolo y mirando de vez en cuando al televisor. De repente una imagen le llamó poderosamente la atención.

— ¿Qué están dando? —preguntó al camarero.

—Como estamos en campaña preelectoral, según dicen, están recordando campañas y políticos de otros años. Concretamente ese que ha salido era un joven con mucho futuro, se llegó a decir que llegaría a presidente. Se vio implicado en un escándalo, un asesinato de una mujer y una bañera,  creo recordar.  Tuvo que dimitir o le dimitieron por el bien del partido claro. Lo recordará usted: fue unos meses antes de las anteriores elecciones.

—No sigo mucho a los políticos pero algo recuerdo —contestó el detective mientras pensaba en la imagen que habían emitido unos segundos y en cómo conseguirla.  Se fijó en el logo de la pantalla para saber la cadena que estaba emitiendo. Sacó su libreta y apuntó en ella: buscar imagen campaña electoral mitin partido Ciudadanos Demócratas de España.

Estuvo un rato mirando la tele sin ver absolutamente nada, absorto en sus pensamientos. Pagó y salió. Fue hasta el coche, montó y se marchó: tenía que pasar por comisaría antes del medio día y ya lo era, pero la imagen vista no se le iba de la cabeza.
Continuará...