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martes, 4 de junio de 2019

Poyales, detective privado: el caso de la Rubia Platino (VIII)


—Como le explicaba, Clara poco a poco se fue metiendo en todas las facetas de nuestra vida. Un día los encontré en la cama. Mi marido se sorprendió claro, pero ella se levantó y con mucha naturalidad vino hacia mí. Me abrazó. Me besó. Me acariciaba mientras me susurraba al oído que entre ellos no había nada, absolutamente nada, solo diversión  y disfrutar del sexo. Me contó que Onofre estaba loco por mí y ella por nada del mundo quería hacerme daño, si era su mejor amiga. Con sus abrazos, sus caricias y sus besos me embaucó. A nadie le sobran unos abrazos, unos besos y algo de cariño en estos tiempos que corren. Terminé con ellos en la cama y porque no reconocerlo: disfrutando del sexo con ellos —la mujer hizo una pausa y continuó con su relato—. La última vez que estuvimos juntos fue el día anterior a la muerte de mi marido.  Recibí una llamada de una vecina de mi madre. Vive en el pueblo sola. No quiere venir a vivir con nosotros. Esta vecina me dijo que se había desmayado y que habían llamado a una ambulancia. Me marché rápidamente al pueblo, el resto ya lo sabe usted.

—¿Ella lo sabía? —preguntó Poyales señalando la foto de la Rubia Platino.

—Sí claro, ella lo sabía todo de nuestra vida.

— No ha vuelto a saber nada de ella.

— No. No se habrá enterado de lo sucedido —comentó la viuda—. De haberse enterado habría venido.

El detective dudaba que la Rubia Platino no supiera lo ocurrido, es más ella formaba parte de lo ocurrido, pero no dijo nada: bastante aflicción tenía la viuda para darla aun más.

—Si sabe algo de ella o se pone en contacto con usted por favor llámeme —dijo dejando su tarjeta de visita sobre la mesa y poniéndose en pie. La viuda le acompañó a la puerta. Un poco indecisa la mujer comentó:

—Esas grabaciones…

— No se preocupe por ellas, no las ha visto nadie. Cuando todo termine las borraré. Le importa que pase al servicio.

—No por supuesto que no —contestó la viuda señalando donde estaba.

Poyales aprovechó para coger las cámaras de la habitación y del comedor y con ellas en el bolsillo abandonó la casa dando las gracias a la viuda por haberle atendido.  Ella por toda respuesta dijo:

—Detengan al que mató a mi marido. Será la mejor manera de darme las gracias.

—Lo haremos puede estar segura de que lo haremos.
                             Imagen del archivo de la ACDT El Piélago

El detective bajó paseando; dando vueltas a sus enredados pensamientos. La mañana era soleada e invitaba a pasear. El sol templaba el ambiente y no hacia el frio de los días anteriores. Llegó a aparcamiento donde dejó el coche. Fue montar pero con la puerta abierta desistió. Volvió a cerrar el vehículo y caminando se acercó a tomar un café en el bar donde desayunaba el muerto. Despacio pasó por delante de la sucursal bancaria donde trabajaba la víctima, todo estaba tranquilo. Ya se sabe: a rey muerto rey puesto. Su plaza habría sido cubierta por algún otro compañero y todo seguiría igual. Allí dentro sería un día más. Llegó al bar y pidió un café. Le atendió el mismo camarero de días anteriores que mientras le ponía lo pedido preguntó:

—Se ha enterado usted de lo que ha pasado. Los cacos no solo roban, esta vez han matado al director del banco.

—Sí, algo he oído —confirmó el detective.

—Que cabrones. Si es que entran por una puerta y salen por otra —comentó el camarero—. Hace unos minutos ha salido uno en la tele, al que habían detenido ciento y pico de veces, con un historial delictivo para llenar un cuaderno de los gordos, y ahí está: en la calle ¡Manda cojones!

Poyales se encogió de hombros. Sabía por experiencia que la ley tiene muchos recovecos y triquiñuelas y los ladrones, y en particular sus abogados, se las saben todas y saben muy bien como aprovecharlas.

—Es la ley —se limitó a decir—, y mientras los políticos no las cambien…  por cierto ¿Tenía enemigos ese hombre?

—Que sé yo —contestó el camarero encogiéndose de hombros —, con lo de las participaciones preferentes, los bancos  engañaron a mucha gente que confiaba precisamente en los directores de las sucursales como él. Alguno le llegó a amenazar aquí mismo, pero no creo que ningún cliente por muy estafado que se sintiera fuera capaz de matarle.

Poyales movió la cabeza en señal de aprobación. Tomó despacio el café, sorbo a sorbo, saboreándolo y mirando de vez en cuando al televisor. De repente una imagen le llamó poderosamente la atención.

— ¿Qué están dando? —preguntó al camarero.

—Como estamos en campaña preelectoral, según dicen, están recordando campañas y políticos de otros años. Concretamente ese que ha salido era un joven con mucho futuro, se llegó a decir que llegaría a presidente. Se vio implicado en un escándalo, un asesinato de una mujer y una bañera,  creo recordar.  Tuvo que dimitir o le dimitieron por el bien del partido claro. Lo recordará usted: fue unos meses antes de las anteriores elecciones.

—No sigo mucho a los políticos pero algo recuerdo —contestó el detective mientras pensaba en la imagen que habían emitido unos segundos y en cómo conseguirla.  Se fijó en el logo de la pantalla para saber la cadena que estaba emitiendo. Sacó su libreta y apuntó en ella: buscar imagen campaña electoral mitin partido Ciudadanos Demócratas de España.

Estuvo un rato mirando la tele sin ver absolutamente nada, absorto en sus pensamientos. Pagó y salió. Fue hasta el coche, montó y se marchó: tenía que pasar por comisaría antes del medio día y ya lo era, pero la imagen vista no se le iba de la cabeza.
Continuará...

2 comentarios:

  1. Está emocionante, a ver en que acaba.

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