...que la que
oficiaba de viuda y a la que todos daban el pésame, era la mujer morena menuda,
que sin ropa no lo era tanto. A su lado el hombre mayor y el joven que estaba
en el cementerio. El detective se acercó, como otros muchos, y le ofreció
consternado sus más sinceras
condolencias. Consternado porque le habían engañado y tenía que averiguar por
qué. La viuda le dio gracias indiferente igual que el hombre mayor y el joven, al que los presentes se referían
como padre e hijo de la víctima.
A los dos
días, el comisario le confirmó que en la casa, como él les dijera, no había ni
una sola huella suya, solo en el dintel de la puerta y… en el mango del
cuchillo. Y que eso de que lo perdió unos días antes ante un juez no valdría
nada. Le informaron que la viuda el día anterior a los hechos, a media mañana recibió una llamada y se tuvo
que marchar al pueblo: su madre se puso enferma y tuvo que llevarla a
urgencias. Volvió a casa cuando recibió la llamada de la policía informándole
del triste suceso. Por lo que no sabía quién pudo matar a su marido. Según ella
no tenía enemigos y por su trabajo era querido y respetado en el barrio.
—Tienes unos
días para resolver el caso —dijo “El Greco”—. El banco nos presiona para hallar
un culpable, y para bien o para mal tú eres el principal sospechoso. Dijiste
que habías echado en falta un cuchillo de tu casa y que casualidad que es el
que esta clavado en el pecho de la víctima. Encuentra a esa mujer. Te juegas
muchos años de cárcel.
Al día
siguiente de su paso por la comisaría se acercó
a ver a la viuda: necesitaba hablar con ella. Dejó el coche estacionado
en el aparcamiento al lado de las dependencias municipales, un paseo le vendría
bien, le ayudaría a pensar. Llegó a la casa de la viuda, antes de su cliente, y
llamó a la puerta. Tardaron en abrir y cuando lo hicieron apareció una mujer mayor desconocida para el
detective.
— ¿Puedo
hablar con la señora Perales?
—Pase
—respondió la mujer—. Espere un momento.
A los cinco
minutos apreció Eloísa Perales, viuda del director de la sucursal bancaria. Su aspecto estaba deteriorado: unas marcadas bolsas bajo sus ojos
denotaban el cansancio, la impotencia y
la angustia e incertidumbre ante el futuro.
Después de
mostrarle su carné de detective y decirle que él fue quien encontró a su marido
muerto, le explicó:
—Yo entré en
su casa porque Eloísa Perales me contrató: pensaba que su marido la engañaba y
quería saber si era cierto.
—Eloísa
Perales soy yo y no le conozco a usted. Recuerdo que estuvo el otro día en
casa, el día del funeral y se lo agradezco, pero yo no le he contratado y mucho
menos para espiar a mi marido.
— No,
Foto del archivo de imágenes de la ACDT El Piélago
usted no
me contrató, lo hizo esta Eloísa Perales —dijo el detective con aplomo
enseñando la foto de la rubia Platino.
—Esa es Clara
Navalacruz, una amiga, una buena amiga.
—También me
enseño una foto del marido, a quien debía seguir, para saber quién era —insistió Poyales mostrándole la foto que su cliente le
dio de su supuesto marido.
—Ese es
Onofre, mi marido, mi difunto marido.
Clara está separada. No conocemos a su ex marido.
—Si este es su marido ¿por qué cree que me
contrató para seguirle?
La viuda se encogió
de hombros. Le costaba hablar. Cuando mencionó a su difunto esposo los ojos le
brillaron de emoción. Poyales tardó en hablar, no quería herir a la verdadera
Eloísa, pero su vida estaba en juego y necesitaba saber la verdad:
—Esta mujer
me ha engañado. Sospecho que ella está detrás de la muerte de su esposo para
cargarme el muerto a mi. ¿Dónde la puedo encontrar?
—No lo sé
—contestó la viuda mirándome con incredulidad—. El día anterior a la muerte de
Onofre fue el último día que la vi. No la he vuelto a ver.
—Es una buena
amiga y ni siquiera le ha dado el pésame —comentó el detective como si sus
pensamientos hubieran escapado sin querer —La noche del asesinato no la pasó en
casa ¿Dónde estaba?
— Ya se lo he
dicho a la policía —explicó la viuda—: el día anterior a última hora de la
mañana recibí una llamada del pueblo, era una vecina de mi madre. Se encontraba
mal y quería que la acompañara al médico. Inmediatamente salí para el pueblo.
La lleve a urgencias en cuanto llegué, serian las seis de la tarde. Salimos del
hospital de madrugada y me quedé allí a dormir. Me despertó la policía con la
noticia de Onofre.
—Hábleme de
esta mujer ¿Quién es? —pidió el detective.
—La verdad es
que no sé muy bien quién es —expresó la viuda—. Una noche, volvíamos de una cena,
la encontramos en la puerta muy demacrada y llena de moratones: su marido le
había dado una buena paliza. Salió huyendo
y montó en el primer autobús que vio parado. Llegó hasta aquí. Un poco
más arriba tiene el bus la última parada. Supongo que ahí la obligaron a bajar.
La ayudamos como pudimos. Onofre la ayudó a conseguir una casa en el barrio: el
banco, con la crisis, tiene muchas. Poco
a poco, y sin saber muy bien como, se
fue metiendo en nuestra vida, hasta el punto de que no hacíamos nada sin ella.
Queríamos ayudarla, que saliera del entorno de violencia en el que, según
ella, estaba metida y proporcionarle una
nueva vida, que conociera a otras personas, otros ambientes…eso es todo.
La mujer se
quedó callada mirando al detective. Éste esperó paciente unos instantes y al
ver que la viuda seguía sin hablar inquirió:
— Usted me
oculta algo.
— No tengo por
qué ocultarle nada —respondió encogiéndose de hombros.
— Sí, usted
me oculta cosas —insistió Poyales.
Ella volvió a
encogerse de hombros y dijo con desgana:
— No, le
estoy contando todo. No sé nada de Clara excepto lo que ya le he dicho. Ella no
quería hablar de su pasado. Había sido muy infeliz, recibió muchos golpes. Mi
marido y yo simplemente quisimos ayudarla y lo hicimos.
El detective
movió la cabeza como diciendo esta tía me toma por idiota. La miró acusador,
impaciente, su futuro estaba en juego y tenía poco tiempo:
— ¿Qué hacían
ustedes por la mañanas?
Ella le miró
un poco extrañada y contestó:
—
Charlábamos. Mi marido a media mañana solía venir a desayunar. Ella a veces
también venía y hablábamos. Clara era buena interlocutora, sabía mucho de todos
los temas, especialmente de la política y de los políticos.
—
¿Hablaban? ¿Y qué más?
—Nada, solo
eso: hablar —explicó la viuda un poco contrariada.
Poyales, sin
dejar de mirarla, sacó el móvil de la faltriquera. Tocó en la pantalla y mostró
a la mujer la orgia grabada unos días antes.
Ella se quedó
azorada, mirando sorprendida. Muy sorprendida su mirada iba de la pantalla del móvil a los ojos del
detective.
— Cuéntemelo
todo —insistió Poyales.
Después de un
largo silencio, susurrando comenzó a decir:
Continuará....