Ante el procesamiento el
maestro fue perdiendo apoyos institucionales y antes de que le
destituyeran dimitió de sus cargos de
alcalde y de Jefe Local del Movimiento en mayo de 1955.
También fue suspendido de
empleo y sueldo y tuvo que subsistir dando clases particulares. Hasta que, en
el juicio, se vio que éste no tenía nada que ver con su profesión de maestro, y
le devolvieron sus haberes íntegros y su
empleo.
No contento el sacerdote, un
buen día desde el pulpito dijo que había un descubierto de 125 pesetas en el libro de los Esclavos de la Virgen, y
aunque el maestro como secretario de dicha cofradía, no tocaba ni una peseta, pues
se limitaba a poner en el libro de
actas, lo que el tesorero le notificaba, la maniobra estaba clara: para muchos
vecinos que no sabían como se llevaba la contabilidad de dicha cofradía, había
un claro responsable.
El párroco no dejó ver el libro para que se
corrigiera el posible error ya que “no
era su intención subsanar nada de momento, pues quería que los fallos no se
corrigiesen y quedasen allí para dar constancia”.
Cansado de esta guerra con
el sacerdote y sin entender a que se debía, determinó pedir audiencia con el
obispo de Ávila, que era la diócesis a la que pertenecía El Real[1].
La autoridad eclesiástica
parece que le escuchó porque pasados diez o doce días el párroco fue destinado
a oficinas de Palacio. La misma noche que se despedía el cura, hubo una especie de manifestación en
apoyo al sacerdote cesado, “…,
hombres y mujeres que de vez en cuando gritaban:
¡viva el señor cura! Contestando los demás sin demasiadas ganas según se podía colegir
por el escaso ímpetu vocinglero”.
Los amigos del sacerdote
indignados redactaron un escrito dirigido a la Dirección General de Enseñanza
para que el maestro fuera sancionado. El procedimiento para recoger firmas en
el pueblo para dicho escrito, con palabras del propio maestro: “…dos o tres cabecillas fueron recorriendo
bares y tabernas, en el momento de más concurrencia y con la pluma preparada y
solicitando la firma de todos con el fin de conseguir unas buenas ayudas para
el pueblo por parte de la Delegación
Provincial de Sindicatos”.
Al parecer nadie tenía la costumbre de leer
y firmaba sin más. Después de los bares
fueron por las casas y dieron con un hombre, cercano al maestro, que tenía por costumbre, buena y lógica por
cierto, de leer todo lo que firmaba. Intentaron quitarle el documento alegando
que tenían prisa. No consiguieron arrebatárselo de las manos y cuando leyó el
escrito que tenía que firmar, los llamo de todo y fue por los bares y
tabernas para denunciar el engaño a los
demás. Muchos de los que habían puesto su firma en el escrito salieron en busca
de los que pidieron las firmas para obligar a romper el escrito.
Lo cierto es que el escrito,
ese u otro parecido, fue llevado al correo a pesar de que era de noche y no era
hora de oficina. El encargado del correo, cercano a las ideas del cura, lo
certificó y a la mañana siguiente salió para su destino.
En la Dirección General de
Enseñanza aunque no hicieron mucho caso del escrito, viendo el currículum del
maestro, le obligaron a cambiar de
destino para evitar enfrentamientos con los vecinos, que sí pudieran terminar
en sanción.
Le ofrecieron un importante
pueblo de Toledo, pero él prefirió seguir cerca de El Real, donde estaba su
familia, y escogió Garciotún, donde ejerció su profesión unos años, hasta que
se jubiló anticipadamente por enfermedad.
Pasado un tiempo volvió a
dar clases, durante nueve años, en una academia en Talavera de la Reina, donde
se había trasladado a vivir con su familia, aunque nunca perdió su relación con
El Real ya que, los meses de estío, los pasaba en el pueblo huyendo de los
calores talaveranos.
Este polifacético maestro
participó, con diferente suerte, en certámenes literarios. En sus distintos
quehaceres aun tuvo tiempo de escribir varios poemas, cuentos y alguna obra
teatral. Colaboró con periódicos como:
La Voz de Valdepeñas; Vida Manchega; Diario de Ávila, en este último mientras estuvo en nuestro pueblo; todos ellos
locales o provinciales de los lugares donde ejerció su profesión. Muchos de sus
artículos los firmaba con el seudónimo de El
Brujo del Castillo, de ahí el titulo de este escrito.
También colaboró, como ya se
ha mencionado anteriormente, con los médicos y farmacéuticos de los pueblos por
los que pasó. En El Real colaboró y ayudó al farmacéutico Joaquín de Jaén.
Entre sus amigos de juventud
se encontraban personalidades que después destacaron en la política nacional
como Rodolfo Llopis, presidente de la Republica en el exilio, y Segismundo
Casado, al que llamaban Segis, que fue Jefe de Estado Mayor Central durante la
guerra y que en los últimos meses de ésta protagonizó un golpe de estado contra
la Republica o lo poco que quedaba de ella.
Pasados unos años antiguos
alumnos suyos de El Real de San Vicente, ya casados, propusieron hacerle un
homenaje al que asistieron las autoridades locales, para reconocer su labor de Maestro durante tantos años. En su
honor se convocó un certamen literario en prosa y verso que llevó su nombre y
que, por desgracia, tuvo poca
continuidad.
Hoy El Real le dedica una
calle con su nombre junto con el de otro ilustre maestro “sin duda más merecedor que yo”[2].
Foto1: del archivo de imágenes de la ACDT El Piélago.
Foto2: cedida por Isa Ramos.
[1] Hasta el año 1957 la
parroquia de Santa Catalina de El real de San Vicente, perteneció a la diócesis
de Ávila. A partir de dicho año pasó a pertenecer a la diócesis de Toledo. Nota
del Autor.
[2] Este escrito está basado la obra autobiografía, “Girones de una vida” escrita por el Maestro
Don Enrique Magaña Jiménez. N.A.