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martes, 18 de junio de 2019

Poyales y el caso de la Rubia Platino (IX)


Al llegar, su sustituto, el inspector Toril, le espetó:

—Íbamos a emitir la orden de búsqueda y captura por ti.

— Coño Toril, he sido vuestro compañero durante años, darme un poco de margen.

— El banco está presionando mucho para que resolvamos el caso —contestó el inspector Toril—.  Da gracias a que los periodistas no se han enterado de que el principal sospechoso es un policía, pero en cuanto se enteren los de muy arriba tomaran cartas en el asunto.

— Ya —replicó Poyales, moviendo la cabeza pensativo. Echó un vistazo a las antiguas dependencias policiales, su antiguo lugar de trabajo, y preguntó:

— ¿Puedo sentarme en un ordenador? Necesito buscar algo.

  ¿No tienes en casa? Tenías un portátil.

— Se quedó obsoleto y lo vendí —contestó Poyales.

 No dijo que esa venta le proporcionó comida durante unos días. Terminó diciendo:

 — Tengo que comprar uno pero no encuentro el momento.

— Hay varios libres —dijo Toril señalando la sala—, siéntate en el que quieras.

Poyales se sentó en una mesa, sacó su libreta  y comenzó a mover el ratón. Transcurrieron las horas sin darse apenas cuenta. A veces soñaba despierto que todo era un mal sueño:   que el joven político no existía; que la mujer encontrada muerta se había ahogado en la bañera y él seguía viviendo con Carmen, su mujer. Pero la realidad se imponía y la verdad no tiene remedio por triste que sea; que la mujer en vez de ahogada la encontraron enterrada bajo la bañera y si el dueño del piso no hubiera hecho obras, allí seguiría enterrada; que el político existía  y para bien o para mal todo unido le cambió la vida. Seguía moviendo el ratón con los ojos fijos en la pantalla. Sus antiguos compañeros salieron a comer  y volvieron con el estomago lleno y él seguía tecleando  y moviendo el ratón, e imprimiendo lo que creyó interesante y lo metió en una carpeta.

A media tarde llegó el comisario y al verle se dirigió a él:

— Hombre Poyales ¿Ahora trabajas aquí? Todavía no ha terminado tu suspensión.

— Tengo algo que quiero mostrarles y algunas ideas que me rondan la cabeza que me gustaría comentar —contestó Poyales haciendo caso omiso al comentario de “El Greco”

El comisario le miró y tras un leve silencio dijo señalando el despacho donde estaba el inspector Toril:

— Vamos a tu antiguo despacho. El inspector Toril también lo debe saber.

Entraron y se sentaron alrededor de su antigua mesa. Poyales abrió la carpeta y extendió varias fotografías, impresas en folios, sobre la mesa. En todas se veía la imagen del político implicado en el caso de la bañera: eran fotos de mítines en distintas ciudades del país y todas tenían el mismo fondo: detrás del político muchos jóvenes de ambos sexos, en ninguna imagen se veían detrás del  político personas mayores: cosas de la publicidad no escrita o subliminal de los políticos: los mayores tiene poco futuro y poner detrás del político en cuestión a esas personas , que también existen y,  por supuesto, también votan, para que salgan en las fotos y en los telediarios, sería como decir que ese político tiene escaso futuro. Por eso siempre hay detrás de ellos gente joven, gente con un futuro por delante.

— Es Alberto Ríos, el político que dimitió por el caso de la mujer de la bañera —comentó en inspector Toril.

— ¿Qué nos quiere decir con esto? —preguntó el comisario levantado una ceja.

—En todas las fotos está esta mujer —Poyales fue señalando una a una la imagen de una mujer. En unas fotos  a la izquierda, en otras a la derecha y detrás del político, pero en todas aparecía la misma mujer.

— ¿Y? —se impacientó “El Greco”

— Es la Rubia Platino que me contrató para que espiará a su supuesto marido —dijo Poyales sacando la foto de la mujer de su cartera—. Es un poco más joven y no tan rubia, pero sin duda es ella.

— ¿Quieres decir que este hombre está detrás del crimen? —preguntó incrédulo  “el Greco”

— No sé qué pensar —comentó el detective—.  Es todo muy extraño.

— No estarás obsesionado con el político —habló el inspector Toril—. Al fin y al cabo por su causa estás dónde estás.

— No había vuelto a pensar en él hasta esta mañana: tomando café en un bar en la tele a salido esta imagen –señaló la foto—, he creído conocer a esta mujer y la búsqueda en el ordenador lo ha confirmado.

Los policías le miraron un tanto escépticos.

— Esta mujer me contrató para que espiará a su marido ¿Qué buscaba con engañarme?  La pedí una llave para poder entrar en su casa y, que casualidad, la mañana que recojo la llave me encuentro la puerta abierta, entró en la casa me encuentro con el muerto y llegáis vosotros. Yo no os llamé, no me dio tiempo. Quien  llamara sabía perfectamente lo que había ocurrido ¿Qué os dijeron al llamar? No hubo disparos que pudieran oír los vecinos.

 Los dos policías se miraron. Comprendían el razonamiento del, en otro tiempo, buen inspector y desde luego algo no encajaba.

— ¡Que traigan la llamada de ese aviso! —pidió “El Greco”—. Vamos a oír que dice.

En unos minutos los tres escuchaban la voz de una mujer avisando de un asesinato y la dirección.

— ¿Te suena esa voz? —preguntó Toril.

Poyales movió negativamente la cabeza.

— ¿En qué te vasa para pensar en Alberto Ríos? —insistió el comisario —. Ya no es cabeza de lista de su partido aunque sigue con un cargo importante en él; tiene un buen sueldo y vive muy bien ¿Qué ganaría él?

— Hace cuatro años con la investigación le jodí la vida, no es nada extraño que él me la quiera joder  ahora a mí.

El comisario movía la cabeza en señal de duda murmurando:

— No sé, no sé…
Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
 
— ¿Porqué no comprobáis si en esas fechas y en los días previos y posteriores al asesinato hubo llamadas  a esta ciudad y al barrio de la víctima o procedentes de él? Es una simple llamada a la compañía telefónica —pidió Poyales.
— ¿Sin una autorización del juez? —preguntó sorprendido el comisario.
Poyales impotente se encogió de hombros siseando entre labios:
— Como si fuera la primera vez.
— El juez no lo autorizará así por las buenas —habló Toril.
— Hay indicios que le relacionan o le pueden relacionar con esta mujer  —dijo Poyales señalando a la Rubia Platino —, y ella, no os quepa duda, está implicada en todo esto.
— Lo intentaré —afirmó Toril—. No esperes nada positivo.
— Y la esposa ¡Habéis comprobado su coartada?
— ¡Poyales! —comentó desesperado “El Greco”
— El pueblo donde vive su madre está a dos horas escasas de Toledo, le dio tiempo de volver a casa e ir de nuevo al pueblo para recibir allí vuestra llamada. Es cuestión de rastrear su teléfono móvil —insistió Poyales que al hablar del móvil recordó que el suyo no recibió imágenes de la cámara. Tendría que pasarse por la tienda y hablar con el joven que le atendió que parecía saber mucho de móviles.
— Para rastrear un móvil hay que tener una autorización judicial,  y de la viuda dudo mucho que nos la den —intervino categórico el inspector Toril.
— ¿La autopsia ha revelado la hora exacta de la muerte? —pregunto Poyales que sin comerlo ni beberlo se veía con un pie en la cárcel.
— Exacta, exacta…—volvió a hablar Toril—. El forense cree que fue sobre las cinco de la mañana.
—Yo llegué a las siete cuarenta y cinco, aparqué el coche frente a la casa, no se veía nada raro; recogí la llave y antes de las ocho ya estabais vosotros allí y yo detenido, ¡no tuve tiempo de matarle si ya estaba muerto!
— Ya — tomo la palabra escéptico “El Greco”—, pero el cuchillo en el cuerpo del muerto tiene tus huellas por todas partes; nos cuentas que unos días antes el cuchillo desapareció de tu casa, pero no lo denuncias y, para más inri, eres el único que está en la escena del crimen cuando llegamos nosotros. Muchas casualidades juntas ¿no te parece?
— Es una encerrona señor comisario. Me han tendido una trampa y he caído como un imbécil.
— Da gracias —continuó “El Greco”— a que eres o eras un policía, un buen inspector, por eso no estás ya detenido. Pero esta situación no va a durar eternamente. El tiempo apremia y cuando se enteren los de arriba…

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