Tenía todo el tiempo del mundo por lo que
regresé caminando a la pensión, situada
en 94, rue Saint-Lazare. La regentaba una mujer de mediana edad, nieta de
españoles, que había hecho de la causa republicana su causa. Su misión en
Paris, según dijo cuando me la presentó el compañero Collao, en un español muy
afrancesado, era ayudar a los españoles. Su cara era redonda y sonrosada. Sus
ojos de color aceitunado desprendían un brillo especial cuando la claridad los
daba de lleno. Lucía media melena rubia con alguna mecha pelirroja. Era
bastante alta para ser mujer. Vestía
con ropas muy ajustadas, que resaltaban sus formas y sus carnes. Casi siempre
lucía un generoso escote. Por su forma
de vestir, en España, sobre todo la del nuevo régimen de uniformes y sotanas, hubieran pensado en
una mujer de las que trabajan en una de esas casas de ladrocinio, pero aquí en
la ciudad de la luz, nadie se preocupa de cómo viste el vecino. En alguna
ocasión en esos treinta días me había hecho alguna insinuación, aunque yo me
hacia el despistado: en los momentos difíciles siempre aparecía la imagen de mi
compañera Teresa para empujarme y darme aliento.
La primera noche, madame Rochill que así se
llamaba la patrona, me presentó a los compañeros de la pensión. Eran cuatro
franceses de provincias llegados a Paris en busca de una oportunidad. Madame
comentó que Sultán, el dueño de la casa,
no tardaría en llegar.
Estábamos todos sentados esperando la cena
cuando vi aparecer un hermoso gato rayino. Era enorme, gordo y muy lustroso.
─¡Joder, con el hambre que pasamos en el frente! ─ exclamé en voz baja.
Nadie pareció escuchar mis palabras
excepto el animal que me miró con
recelo. Todos miramos al gato cuando se acercó y de un salto subió al regazo de madame Rochill, obedeciendo
la voz de su dueña.
─ Monsieur Cabezuela ─ exclamo sonriente la dueña de la
pensión ─, este es Sultán, el verdadero dueño de la casa.
Foto del Archivo de imágenes de la ACDT El Piélago.
A la semana siguiente tropecé, más bien él
tropezó conmigo, con Perales, el exilado
comunista que me contara, días atrás, lo
de mi mujer y mi hijo. Le conocía de toda la vida: habíamos crecido los dos en
Tetuán de las Victorias, pueblo situado
al norte de Madrid. Después la vida nos llevó por distintos lugares, a él le
acercó a los comunistas y a mí me
pareció mejor lo que predicaban y practicaban los cenetistas.
─ Sabes algo nuevo de mi familia ─ pregunté
impaciente después de un fuerte y caluroso apretón de manos.
─ No. Las comunicaciones con Madrid no son nada fáciles
y entrañan un gran peligro ─ contestó Perales.
─¿ Peligro aquí? ─ pregunté atónito.
Me miró sorprendido ante mi extrañeza antes de
decir:
─ Mira Cabezuela, aquí en Paris hay que tener
cuidado con los gabachos: a lo más mínimo te detienen y te pueden entregar a
las autoridades españolas, si no te apuntas a la legión extranjera. Pero el verdadero
peligro está en Madrid. Nuestros
contactos allí corren un gran peligro. Podríamos decir que se juegan la vida si
descubren que están en contacto con nosotros. Como poco les molerían a palos
hasta sacarles quiénes somos y donde estamos.
Calló unos instantes para después mirándome con
cierto reproche preguntó:
─ ¿Has escrito ya a tu mujer?
Perales no espero la respuesta, que ya sabía de
antemano:
─ No, no lo has hecho. Sabes que si
cogen la carta, y sabes que lo harían, ella lo pasaría mal, muy mal. España hoy
es una inmensa cárcel donde se persigue con saña e inquina a los vencidos, sin
importarles un carajo el grado de
responsabilidad que hayan tenido en la guerra. Son derrotados y eso ya es suficiente
para ser detenidos acusados de rebelión.
─ !Tiene cojones acusarles de rebelión !─
exclamé con amargura
─ Así están las cosas en España ─ reprochó con
ironía Perales
─ No te
enfades compañero. No sé qué me pasa. Tantos días de inactividad me están volviendo
loco. Yo soy un hombre de acción. Cuenta conmigo para lo del Valle de Aran.
─ Tu organización no lo apoya. Es más, dijo que
era una locura.
─ Ya los sé ─ repliqué ─. Yo no soy mi
organización. Ahora hablo por mí no por ellos. Dile a tu gente que cuente
conmigo. Sabéis que me las arreglo bien al frente de las tropas. Parece ser que
tengo un don especial para mandarlas que ni yo mismo conocía. No lo olvides
Perales, tenéis que contar conmigo.
─ Te tendré informado y desde luego contaremos
contigo. Tu nombre dará prestigio al intento de entrar en España atravesando
los Pirineos. Unos cientos de guerrilleros contigo al mando será un éxito
seguro.
─ No lo olvides, sabes cómo localizarme ─ le dije cuando nos despedíamos.
Continuará...