Estuvo al frente de la
farmacia de Fresno de Candespino, pueblo de Segovia y muy cercano a Cascajares,
precisamente esos años (1918-1920) en que una epidemia de gripe, conocida como Gripe Española, afecto al mundo entero
con más de 20 millones de muertes. En España afectó a unos 8 millones de
personas y fallecieron unas 160.000, y eso a pesar del carácter benigno de la
epidemia. Don Enrique ayudó al médico,
visitando a los enfermos, al farmacéutico preparando fármacos y al cura de
Fresno de Candespino, con el que le unía una sincera amistad, a dar los últimos
sacramentos a los enfermos. En alguna ocasión, casi obligaba al sacerdote a
cumplir su obligación ya que éste se mostraba reacio a visitar a algún
moribundo por miedo al contagio. No fue el cura sino el maestro quien se
contagió con la enfermedad. Jugó con la muerte y ganó la partida a la “Dama del Alba”.
Pasado el tiempo y la
epidemia fue un macabro recuerdo, un amigo que se presentaba a diputado, y que
no tenía labia suficiente, le pidió que diera los mítines por él. Después de
consultar a sus amigos de Fresno de Candespino, ya que eran del partido
contrario y no quería enemistarse con ellos, al fin y al cabo eran los que
pagaban su sueldo, y éstos le dieron permiso para ayudar al futuro diputado, al
que creían que ni con la ayuda de Divina lograría el escaño.
Pero se equivocaron y ya
fuera la ayuda del maestro dando mítines por él, o la ayuda del cielo, este
hombre sacó su acta de diputado.
A partir de entonces a don
Enrique se le empezó a mirar mal en el pueblo, eran años de un alto grado de caciquismo,
y regresó a Madrid con el propósito de
sacar, de una vez por todas, una plaza de maestro.
Una vez más suspendió la
oposición, pero ahora, no por no
dar la puntuación suficiente que la dio, sino porque uno de
los políticos que le reprochó en Fresno de Candespino el haber ayudado a un
adversario político a conseguir su acta de diputado, y que ahora estaba en el
poder, habló largo y tendido con el tribunal, y a partir de la sexta plaza, que
era la suya, suspendieron a los demás de lista, ocho en total, que habían sacado
suficiente nota para aprobar la citada oposición. A don Enrique le dolió
aquella maniobra, sobre todo porque por él, suspendieron a otros opositores que
iban detrás en la lista con nota suficiente.
El Obispo de Ávila visita El Real. 1ªfila: Cuñada de Amelia, Carmen, Mª Luz, Lola, Sagrario, Sabina, Julia, desconocida, Carmen, Celia, desconocida, Sagrario, Lute; 2ª fila: desconocida, Merce, Domi, desconocida, Gregoria, Anto, Paca, Conce; 3ª fila: Edu, Dalia, Eva, Carmen, desconocida, Enrique Magaña, cura, Manolina, Obispo, cura, Arturo el maestro, Lola, Nasta, Adelina, Quica la zocata; detrás: fide, desconocida, Manolete, Viti. foto del archivo de la ACDT El Piélago, cedida por Víctor Moreno Maqueda.
Durante todo ese tiempo
vivió dando clases particulares y ayudando a su hermano Nicolás en un bar que
éste regentaba.
Estando un día en el bar con
el papeleo tuvo una anécdota muy curiosa: un tendero (pastelero) del barrio le
dijo que había soñado que si pasaba unos recibos de lotería por su espalda, le
tocaría. Don Enrique a consecuencia de un mal de Pot en la infancia, tenía una
malformación en la columna vertebral, y ya se sabe que hay supersticiosos que
creen que pasar un número por una espalda malformada trae suerte. Después de
pasar los billetes por su espalda, el tendero le regaló un décimo del 4416. Y
sí, no se sabe si fue la espalda del maestro, o porque tenía que suceder así,
les tocó el premio: 12.000 pesetas, de las de entonces (de 1920), al décimo.
Una buena parte de ese
dinero se lo dio a su hermano, que tenía problemas económicos en el bar. Y se
lo devolvió poco a poco “no en dinero
sino en afecto y cariño que tiene mucho más valor”
Mientras tanto seguía
preparando su oposición, que aprobó con el número 83. Al aprobar con un número
tan alto tendría que pasar bastante tiempo hasta que una plaza quedara vacante,
por lo que pidió una plaza de interino, y le fue concedida el 25 de septiembre
de 1922 en un pueblo del noroeste de Toledo, concretamente El Real de San
Vicente, “ lugar pequeño de unos 2000 habitantes.
Me indicaron que se encontraba en las estribaciones de la Sierra de Gredos y
relativamente cerca de la cabeza de Partido que a su vez era la estación de
ferrocarril más cercana”
Don Enrique llega a Talavera
el 28 de septiembre con su maleta y un paquete de libros, que le acompañaba
siempre. Se dirigió a la Posada de la Cruz y preguntó al posadero si había
alguien de El Real de San Vicente. Allí le presentaron a una pareja, y le
comentaron que esperaban a otro señor, del citado pueblo.
La pareja, a la que se
presentó como el nuevo maestro de El Real, se ofreció para acompañarle hasta el
pueblo y llevarle la maleta y los libros. Llegó la otra persona que estaban
esperando y, después de comer, todos juntos emprendieron la marcha hacia el
pueblo.
Durante la comida, el recién
llegado se presentó al maestro como Teodoro. Éste hombre había estado 20 años
en Argentina y, ya mayor, volvió a sus orígenes con la intención de poner un negocio.
El trayecto, de Talavera al
pueblo, lo hizo montado en burro. Al maestro le fueron explicando los
accidentes geográficos y los espacios abiertos. Al llegar a un extenso prado
que atravesaba la carretera, le explicaron que era el Prado del Arca. Los
animales que allí pastaban eran de la viuda de Ortega, de cuya ganadería había
salido “Bailaor”, el toro que mató a Joselito en la plaza de Talavera en las
Ferias de Mayo de 1920. Por el Camino se puso de acuerdo con Teodoro, que tenía
“una buena casa muy bien situada, al lado
de la carretera, con una terraza abierta y cubierta por un parral”
(enfrente del actual Tico Tico, donde hace unos años estaba el bar de la
Parra). En casa de Teodoro se hospedaría el tiempo necesario.
...continuará la próxima semana.