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lunes, 22 de octubre de 2018

El Brujo del Castillo, Maestro Nacional (I)


 
En los siguientes post hablaré de don Enrique Magaña Jiménez, ilustre maestro que tiene una calle dedicada en mi pueblo, El Real de San Vicente-Toledo-. Su vida la dedicó a la enseñanza, dejando una profunda huella en todos los alumnos que pasaron por sus clases
 
Enrique Magaña Jiménez llegó a El Real de San Vicente allá por los años 20 (concretamente en 1922). Ejerció como interino durante un año aproximadamente y se marchó para ocupar su plaza de maestro en propiedad a Puebla de don Rodrigo, en Ciudad Real.
Cuando llegó a dicho pueblo, se encontró una localidad sin médico y en la que tuvo que ejercer durante un tiempo de galeno, sin dejar por ello de enseñar a los muchachos en la escuela.
Eran años de caciquismo y este singular maestro que comenzó a estudiar en Madrid la Carrera de medicina, hizo dos cursos costeándose los estudios dando clases;  las necesidades de la vida le hicieron  abandonar la carrera de medicina para dedicarse por entero al magisterio.
Sus dos primeros años  como maestro fue en la Obra de la Propagación de la Fe, hasta que los inspectores de dicha obra descubrieron que algunos días llegaba tarde a clase por asistir a la Facultad de Medicina, aunque la clase no estaba desatendida, pues un compañero le sustituía. Ya había tenido algún enfrentamiento con dicha inspectora por distintos puntos de vista acerca de cómo practicar la enseñanza: curiosamente puso a los alumnos de forma que les  diera la luz de las ventanas de frente. Cuando la inspectora lo descubrió, le hizo volver a poner las mesas como estaban: los alumnos de espaldas a las ventanas, algo que sin duda no tenía lógica, ya que ellos con su propio cuerpo se quitaban la luz.   
 
                   Sin trabajo leyó en la prensa que, en el Liceo Francés de Madrid, se iba a celebrar un cursillo gratuito para maestros, para que estos perfeccionen el idioma del país vecino  e introducir a los alumnos españoles en la literatura gala. Ese mismo liceo convoca un concurso de lectores de español en las escuelas normales francesas, y mira por donde don Enrique Magaña Jiménez saca una de las tres plaza convocadas; las dos plazas restantes las consiguen amigos suyos.
 
 

                                                                                    Enrique Magaña Jiménez
 
    A veces algo se cruza en nuestra vida y hace que ésta tome una senda distinta; esto le pasó a don Enrique: con todo preparado, pasaporte incluido, para ir a Francia, quiso el destino que se juntara en un bar de Madrid con un matrimonio del país vecino. Al oírlos hablar, quiso probar con ellos su nivel de francés. Esta pareja le indicó que  Paris,  donde habían entrado ya los alemanes, no era un buen lugar para ir a trabajar.

Eran los años de la I Gran Guerra y don Enrique se libró de ella, no así sus amigos a los que no pudo convencer para que renunciaran a su trabajo en  Francia.

      Tras varias oposiciones, comienza a trabajar como profesor interino en la escuela de Getafe. Tiene que enfrentarse al párroco de la localidad por el reparto de una herencia a los pobres del pueblo:
 
     En su calidad de maestro tiene que hacer de secretario de la comisión que haga el reparto. El maestro, después de informarse bien, considera que la familia más necesitada es una que reside en una chabola y que además la mujer está enferma. El párroco no lo considera así, porqué esa familia no está casada por la Iglesia. El maestro responde que el difunto no pone ninguna condición para repartir sus bienes, sólo que sean pobres y necesitados. Tiene que intervenir el gobernador para acabar la discusión dando la razón al maestro.  

    Volvió a Madrid a malvivir de sus clases particulares hasta que consigue una sustitución en Cascajares, pueblo de la provincia de  Segovia de 212 habitantes.  Allí organiza la escuela admitiendo a todos los alumnos que quepan y además implanta clases nocturnas para personas adultas.

  Durante 3 años ejerció la docencia y practicó la medicina. En Cascajares tuvo algún enfrentamiento con el párroco del pueblo. Durante su vida, fue constante el enfrentamiento con los sacerdotes de los pueblos por donde pasó ejerciendo su profesión, ya que estos trataban de pisar su terreno, y él que no se metía en el terreno de la Iglesia, no consentía que los curas se metieran en los asuntos de la escuela, ya que según el maestro, sus jefes eran distintos y nada tenían que ver el uno con el otro.  Su relación con los sacerdotes no tuvo medias tintas: o eran amigos, buenos amigos, o enemigos. Nunca hubo indiferencia entre él y los representantes de la Iglesia.  

....continuará la próxima semana.

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