Sentado esperaba mi cita en el café Marly. Sentado
en una mesa situada junto a una ventana esperaba nervioso. Por fin iba a
conocer todos los detalles de la invasión a mi propio país por el Valle de
Arán. Estaba decidido a seguir ese plan por descabellado que fuera y en contra
de mi propia Organización, a la que pertenecía desde los 12 años que empecé a
trabajar. ¡Quería regresar a España! Ya me las arreglaría después para llegar a
Madrid.
A Perales le conocía desde niño, habíamos
crecido en el mismo barrio madrileño. Aunque
desde niños andábamos en
distintas cuadrillas, y después en distintos partidos e ideales, los dos
luchamos por un mismo fin: derrotar al
fascismo.
Después de una tensa espera de quince minutos le vi aparecer al otro lado
de la calle. Con decisión bajó de la acera para cruzar y llegar hasta el café.
─¡Perales
el camión!
No me escuchó. Cuando miró al camión ya era demasiado tarde. El vehículo
pasó sobre él sin darle la menor oportunidad.
Salí corriendo del café. Llegué a su lado y me arrodillé. Como pude cogí su
cabeza y la acune en mi regazo. Tenía muy mala pinta.
¡El Dios que lo batanó! Durante treinta
y tres meses jugando con las balas del enemigo para ahora venir a morir en un
accidente de circulación en un país que no es el tuyo.
─ Perales no te mueras. ¿Con quién tengo que
hablar para lo del Valle?
Me miró con ojos vidriosos e intentó dibujar una sonrisa en su rostro.
Conocía aquella mirada de unos ojos que miran sin ver. Había visto muchas en
los últimos tres años.
─
Compañero ¿dónde debo ir? ¿A quién tengo que ver?
Perales intento hablar. Abrió la boca intentado decir algo. Dio un suspiro
con el que escapó un poco de sangre y
también su vida.
Unos hombres vestidos de blanco me levantaron del suelo. A Perales le
subieron a una camilla y ésta a una ambulancia que en unos segundos salió a
toda prisa.
─ ¡Quiero volver a España Perales! ¿Con quién tengo contactar?
─ Con quién
Perales con quien ─
murmuraba mientras veía alejarse la ambulancia, y el destino, me alejaba un
poco más de mi tierra y de los míos.
Fin.
Triste historia.
ResponderEliminarUn abrazo