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martes, 5 de marzo de 2019

Esperanzas rotas (V)


 
 
Hacía más de dos semanas de mi encuentro con el compañero Perales. Los días cada vez eran más largos con tantas horas vacías que no sabía de qué forma llenar. No olvidaba tampoco, aunque no me gustaba, la misión encomendada por mi organización. Había conseguido hablar con dos periodistas, a los que ya una vez en el frente concedí una entrevista, de dos diarios importantes de Paris, y ambos me llamarían en unos días para una larga entrevista. Les interesaba saber cómo un hombre, albañil de profesión, había llegado a mandar, y con bastante acierto e incluso más que muchos militares profesionales, todo un cuerpo de ejército. No desaprovecharía la ocasión para denunciar las muertes y atrocidades que el régimen militar estaba llevando a cabo en España.  Mientras esperaba pasaba todo el tiempo fuera, caminado por las calles de Paris. En la pensión estaba el tiempo justo de las comidas. Cuanto menos tiempo estuviera al lado de madame Rochill  sería mejor para ambos, aunque ella no se daba cuenta, o tal vez sí, y todo su afán era agasajarme. Aquella tarde llegué unos minutos antes de la cena. La patrona salió a recibirme con un escote más generoso que de costumbre.
 
                               
                                              Foto del archivo de imágenes dela ACDT Él Piélago

Han dejado un mensaje para usted, monsieur  Cabezuela.

La interrogué con la mirada. ¿Dónde está, quién...?

Hay una nota al lado del teléfono contestó la mujer a mi interrogante mirada, al tiempo que  caminaba delante de mi hacia el pasillo donde estaba situado el auricular. Pude observar con todo detalle el contoneo rítmico y provocador, quizá hoy más provocador que otros días, de sus caderas. Al cruzar el comedor comprobé  que el resto de compañeros de pensión, ya estaban sentados a la mesa esperando la cena. Aquella noche celebrábamos algo extraordinario aunque no sabía que: sobre la mesa había dos botellas de vino. ¡El Dios que lo batanó, iba  a beber vino por primera vez desde mi llegada a Francia!

Sultán se apartaba a mi paso. Yo era el único en cuyas piernas no se restregaba el animal. No le debió gustar el comentario que hice cuando le vi por primera vez. La verdad es que estofado, en el frente de Guadalajara, nos hubiera alegrado el día. ¡Estaba gordo el jodido gato!

Madame Rochill  me entregó una nota escrita con letras gruesas que decía:

 Café Marly, plaza Colette, jueves 11,30, Monsieur Pera

Guardé la nota en el bolsillo de pantalón mientras la patrona me señalaba el comedor donde esperaba el resto de comensales. Me volví para retroceder hacia el comedor cuando sentí una palmada en el culo.

Me quedé petrificado. ¡El Dios que lo batanó! Era la primera vez en mis cuarenta y cinco  años que una mujer me daba una palmada en el trasero.

Intenté volverme hacia la mujer pero ésta, con suavidad y con decisión, con su mano apoyada en mi espalda, me empujaba hacia el comedor mientras con la otra mano volvió a darme otra palmada en el culo.
Continuará...

 

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