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lunes, 25 de febrero de 2019

Esperanzas Rotas (IV)


 

Tenía todo el tiempo del mundo por lo que regresé caminando a la pensión,  situada en 94, rue Saint-Lazare. La regentaba una mujer de mediana edad, nieta de españoles, que había hecho de la causa republicana su causa. Su misión en Paris, según dijo cuando me la presentó el compañero Collao, en un español muy afrancesado, era ayudar a los españoles. Su cara era redonda y sonrosada. Sus ojos de color aceitunado desprendían un brillo especial cuando la claridad los daba de lleno. Lucía media melena rubia con alguna mecha pelirroja. Era bastante alta para ser mujer.   Vestía con ropas muy ajustadas, que resaltaban sus formas y sus carnes. Casi siempre lucía  un generoso escote. Por su forma de vestir, en España, sobre todo la del nuevo régimen  de uniformes y sotanas, hubieran pensado en una mujer de las que trabajan en una de esas casas de ladrocinio, pero aquí en la ciudad de la luz, nadie se preocupa de cómo viste el vecino. En alguna ocasión en esos treinta días me había hecho alguna insinuación, aunque yo me hacia el despistado: en los momentos difíciles siempre aparecía la imagen de mi compañera Teresa para empujarme y darme aliento.

La primera noche, madame Rochill que así se llamaba la patrona, me presentó a los compañeros de la pensión. Eran cuatro franceses de provincias llegados a Paris en busca de una oportunidad. Madame comentó que  Sultán, el dueño de la casa, no tardaría en llegar.

Estábamos todos sentados esperando la cena cuando vi aparecer un hermoso gato rayino. Era enorme, gordo y muy lustroso.

─¡Joder, con el hambre que pasamos en el frente! exclamé en voz baja.

Nadie pareció escuchar mis palabras excepto el animal  que me miró con recelo. Todos miramos al gato cuando se acercó y de un salto  subió al regazo de madame Rochill, obedeciendo la voz de su dueña.

─ Monsieur  Cabezuela ─ exclamo sonriente la dueña de la pensión ─, este es Sultán, el verdadero  dueño de la casa.

 
Foto del Archivo de imágenes de la ACDT El Piélago.


A la semana siguiente tropecé, más bien él tropezó conmigo,  con Perales, el exilado comunista que me contara, días atrás,  lo de mi mujer y mi hijo. Le conocía de toda la vida: habíamos crecido los dos en Tetuán de las Victorias,  pueblo situado al norte de Madrid. Después la vida nos llevó por distintos lugares, a él le acercó a los comunistas y a mí  me pareció mejor lo que predicaban y practicaban los cenetistas.

─ Sabes algo nuevo de mi familia ─ pregunté impaciente después de un fuerte y caluroso apretón de manos.

No. Las comunicaciones con Madrid no son nada fáciles y entrañan un gran peligro ─ contestó Perales.

¿ Peligro aquí? ─ pregunté atónito.

Me miró sorprendido ante mi extrañeza antes de decir:

Mira Cabezuela, aquí en Paris hay que tener cuidado con los gabachos: a lo más mínimo te detienen y te pueden entregar a las autoridades españolas, si no te apuntas a la legión extranjera. Pero el verdadero peligro está  en Madrid. Nuestros contactos allí corren un gran peligro. Podríamos decir que se juegan la vida si descubren que están en contacto con nosotros. Como poco les molerían a palos hasta sacarles quiénes somos y donde estamos.

Calló unos instantes para después mirándome con cierto reproche preguntó:

¿Has escrito ya a tu mujer?

Perales no espero la respuesta, que ya sabía de antemano:

 No, no lo has hecho. Sabes que si cogen la carta, y sabes que lo harían, ella lo pasaría mal, muy mal. España hoy es una inmensa cárcel donde se persigue con saña e inquina a los vencidos, sin importarles un  carajo el grado de responsabilidad que hayan tenido en la guerra. Son derrotados y eso ya es suficiente para ser detenidos acusados de rebelión. 

─ !Tiene cojones acusarles de rebelión !─ exclamé con amargura

─ Así están las cosas en España ─ reprochó con ironía Perales

 No te enfades compañero. No sé qué me pasa. Tantos días de inactividad me están volviendo loco. Yo soy un hombre de acción. Cuenta conmigo para lo del Valle de Aran.

Tu organización no lo apoya. Es más, dijo que era una locura.

Ya los sé ─ repliqué ─. Yo no soy mi organización. Ahora hablo por mí no por ellos. Dile a tu gente que cuente conmigo. Sabéis que me las arreglo bien al frente de las tropas. Parece ser que tengo un don especial para mandarlas que ni yo mismo conocía. No lo olvides Perales, tenéis que contar conmigo.

─ Te tendré informado y desde luego contaremos contigo. Tu nombre dará prestigio al intento de entrar en España atravesando los Pirineos. Unos cientos de guerrilleros contigo al mando será un éxito seguro.

No lo olvides, sabes cómo localizarme le dije  cuando nos despedíamos.
 
Continuará...

 

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