Los primeros
días en aquel campo de concentración de Argéles-sur-Mer fue un verdadero
suplicio, por el día calor y por la noche muertos de frio. Cuando hacia viento
la jodida arena se nos metía por todas partes. Ni siquiera había letrinas, ni
para hombres ni para mujeres. Fuimos nosotros, los que en España habíamos
ejercido algún tipo de mando, los que pusimos a nuestra gente a trabajar, para
hacer de aquella maldita playa un lugar un poco más habitable. A falta de agua
dulce, nos las tuvimos que ingeniar para usar
agua salada para la higiene.
Sin nada que
llevarse a la boca, los franceses nos trataron peor que si fuéramos animales
¡Parecía mentira! El país donde siglo y medio antes se proclamaron los Derechos
Universales del Hombre, ahora con nosotros eran papel mojado. Vigilados
constantemente por guardianes de color negro, que parecía estar esperando que
alguno de los españoles protestara o dijera algo en voz alta, para ensañarse
con él a golpes. Nosotros que habíamos luchado contra el fascismo, por la
democracia, la justicia y la igualdad de hombres y mujeres ¿por qué los
franceses nos trataban así?
El agua bajaba
mansamente. En algún momento el reflejo del sol en las mansas aguas le
transportó y creyó contemplar las aguas
de su Manzanares, el rio de su Madrid. Pero no, no estaba en su ciudad, Madrid
quedaba lejos, muy lejos y quizá por mucho tiempo. Estaba preocupado, las
noticias recibidas hacia pocos días acerca de la familia no eran nada
halagüeñas. Ahora esperaba impaciente para poder confirmarlas.
Calle Correos. Archivo de imágenes de la ACDT El Piélago
Llevaría sentado
unos quince minutos cuando apareció su compañero, amigo y, desde hacía un mes, el
enlace con España y la Organización.
Me levante para
esperarle con los brazos abiertos. Nos abrazamos como viejos amigos y
compañeros de fatigas durante muchos años. Le conocía casi desde que empezamos
a trabajar con 12 años. Me pareció ver tristeza, dolor y amargura en su rostro.
Después de
informarme lo que la organización quería de mi, algo con lo que no estaba muy
de acuerdo y que ya había recibido por carta, pasó a relatarme que el SERE[1]
estaba tratando de fletar un barco para llevar españoles a Méjico, pero que
esta organización al estar al servicio del doctor Negrín, difícilmente contaría
con nosotros.
─ Collao, yo no voy a Méjico si no es con mi familia. Por cierto ¿Cómo está
mi mujer y mi hijo?
─¡ Tú harás lo que se te ordene! ─ contestó con calma pero con aplomo Collao ─. Tu familia cuando podamos sacarla de España
se reunirá contigo allá donde estés. No te quepa ninguna duda.
─ ¿Cómo
está mi familia compañero? ─
pregunté impaciente por tener noticias suyas.
─ Bien ─ contestó escuetamente bajando
la vista.
Le mire con desconfianza. Presentía que algo me
ocultaba. Después de un rato en silencio insistí:
─ ¿No me engañas?
─ Mira Cabezuela ─ habló pausadamente mi compañero, como si
pensara bien lo que iba a decir ─, fuiste
un destacado dirigente anarcosindicalista antes de la guerra; en la contienda
destacaste como un brillante jefe militar. Siendo un simple albañil dirigiste
tu unidad mejor y con más acierto que otros muchos militares profesionales. El enemigo
lo sabe. Quiere cogerte y hará todo lo que esté en su mano para hacerlo,
incluso detener a tu familia para conseguir su fin.
─ Han pegado a mi mujer, a mi hijo le han roto
una ceja ¡Sólo tiene 12 años!
Me miró
un poco sorprendido, pero no dijo nada. No preguntó cómo me había
enterado. Se quedó callado mirando el agua que pasaba mansamente a escasos
metros de nosotros.
─ ¡Joder
Collao, nosotros hicimos la guerra por la democracia, la justicia, la libertad,
la igualdad entre los hombres…
─ Sí Cabezuela sí…pero perdimos ─ contestó con amargura Collao
─ ¡Ellos luchaban
por Dios! ¿Qué clase de Dios permite esos comportamientos con mujeres y niños? Mi mujer no tuvo nada que ver con la guerra,
lo más cerca que estuvo de la contienda, era cuando llevaba el petate a casa
para que lavara la ropa. ¿por qué la tratan así? Y a mi hijo ¡tan sólo es un
crio!─ contesté con rabia.
─ No lo sé compañero, no lo sé. Son mala gente
que esconden su miseria, su frustración y su conciencia detrás de un uniforme
con el beneplácito y la bendición de las sotanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario