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martes, 21 de mayo de 2019

Poyales: El caso de la Rubia Platino (VI)


Salió a la calle y se apoyó en un coche de la policía al lado  de dos agentes que estaban vigilando en la calle. Tranquilamente esperó pensando en su cliente con la que se había cruzado cuando llegó por la mañana. También se cruzó con el Audi blanco ¿Quién conducía? Seguro que la mujer menuda morena no era. Creyó ver los rasgos de un hombre. Es más, le pareció ver algo totalmente imposible: al marido de su cliente.

Llevaba unos minutos sumido en sus pensamientos cuando oyó voces procedentes de la casa y algún taco subido de tono. En unos instantes el inspector Toril salió corriendo de la casa. Al verle apoyado en el coche patrulla frenó en seco y se acercó.

—Pensaba que te habías fugado.

—No tengo porqué huir.No sé porqué, pero esto es un encerrona —contestó Poyales mientras le entregaba las esposas—. Ahí dentro no encontraras ni una sola huella mía, a no ser la suela de mis zapatos.

—Tendrás que acompañarnos a comisaria —replicó el inspector.

Poyales montó en la parte trasera de un coche patrulla como un detenido más. Unos minutos más tarde estaba en su antiguo despacho. Terminaban de entrar cuando llegó el comisario jefe al que todos apodaban “El Greco”, por tener un rostro alargado muy similar al que inmortalizara el pintor en sus cuadros.

— ¡Coño Poyales!...  esperaba que tu vuelta a esta comisaría  fuera de otra forma —le saludó con mucha sorna no exenta de ironía.

Poyales impotente, por toda respuesta, movió ligeramente los hombros.

—No sabe qué ha pasado. Dice que es una casualidad que estuviera allí —habló el inspector Toril dirigiéndose al comisario.

— ¿A sí? Cuéntanos tu cuartada —inquirió sentándose el comisario.

—No tengo cuartada —comenzó a relatar Poyales. Les contó lo sucedido; que era detective y que este era su primer caso; su cliente, la esposa de la víctima, creía que el muerto la engañaba y por eso le contrató. Se calló que había puesto cámaras en la casa y lo que allí se organizaba. Tampoco comentó que esa misma mañana se había cruzado con el Audi blanco y con el Toyota de la Rubia Platino. Y ya que un muerto no puede conducir alguien lo conducía. Estaba amaneciendo y dentro del coche estaba oscuro, además con las luces del coche se ve peor en su interior. Y seguía pensando en por qué coño el móvil no había detectado nada esa mañana. Termino su relato pidiendo:
                   Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
 

—Quisiera pedirles que me dejéis asistir al funeral de la víctima.  Necesito hablar con mi cliente para aclarar alg…

—Con tu cliente hablaremos también nosotros —cortó el comisario—. Dado que aun perteneces a este cuerpo haremos una excepción. Eres el principal y único sospechoso. De momento no te vamos a detener. Preséntate todas las mañanas en esta comisaría. Si a las doce de la mañana no te has presentado daré orden de búsqueda y captura contra ti, y serás detenido allí donde te encontremos. Eras un buen policía, ahora tienes que demostrarlo, porqué pensabas recuperar tu puesto ¿no?

—Tengo que comer y para ello necesito trabajar —contestó lacónico Poyales.

El detective se dirigió hacia la salida y al llegar a la puerta se paró. Estuvo unos instantes pensativo. Se volvió y comentó:

—No sé si tendrá algo que ver, pero hace unos días eche en falta un cuchillo de casa. No le di mayor importancia, pensé que lo habría tirado a la basura con las sobras de algún plato, como me ha pasado alguna vez con los cubiertos. Pero será mejor que lo sepan por si acaso…

Dos días después, a media tarde, se celebró el funeral de la víctima. Aunque la muerte fue por el cuchillo clavado en el pecho  seccionándole el corazón, los forenses tuvieron que establecer la causa científica: muerte por pérdida severa de sangre producida por un shock a causa de la penetración  de un objeto puntiagudo en el pecho a la altura del corazón. El cementerio estaba situado en un pequeño altozano  al que se llegaba dando un paseo desde el barrio de su cliente. El cielo estaba salpicado de nubes rotas,  blancas y esponjosas que, formando figuras imaginarias, hacían aparecer y desaparecer al sol como por arte de magia. Una brisa persistente, y un poco molesta, agitaba las hojas de los arboles produciendo sonidos de murmullos y cuchicheos como si hablaran entre ellas.

El detective observaba el proceso de enterramiento un poco apartado. Su sorpresa fue mayúscula cuando no vio por ningún a la mujer del muerto: la Rubia Platino como él la había bautizado.  El que  oficiaba de familiar era un hombre entrado en años cuyo rostro se parecía mucho a la víctima, y que Poyales supuso sería su padre. A su  lado un joven de unos dieciocho años que también se parecía al muerto y que el detective ni había visto nunca y pensó que sería su hijo. Cuando terminó el sepelio, como era costumbre aunque cada vez menos, todos caminando llegaron a la casa de la viuda para acompañarla durante unos minutos y ofrecerle sus más sentidas condolencias.

Poyales siguió a la comitiva, él también daría su condolencias a su cliente. Lógicamente su trabajo como detective había terminado, aunque ahora empezaba otra investigación en la que se jugaba su futuro. Tenía que enhebrar el hilo que seguía suelto y para ello primero tenía que encontrarlo.  Su primera  sorpresa al entrar en la casa, aunque a estas alturas esperaba cualquier cosa, fue…

  Continuará….

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