Salió a la calle y se apoyó en un coche de la policía al lado de dos agentes que estaban vigilando en la
calle. Tranquilamente esperó pensando en su cliente con la que se había cruzado
cuando llegó por la mañana. También se cruzó con el Audi blanco ¿Quién
conducía? Seguro que la mujer menuda morena no era. Creyó ver los rasgos de un
hombre. Es más, le pareció ver algo totalmente imposible: al marido de su
cliente.
Llevaba unos minutos sumido en sus pensamientos cuando oyó voces
procedentes de la casa y algún taco subido de tono. En unos instantes el
inspector Toril salió corriendo de la casa. Al verle apoyado en el coche
patrulla frenó en seco y se acercó.
—Pensaba que te habías fugado.
—No tengo porqué huir.No sé porqué, pero esto es un encerrona —contestó
Poyales mientras le entregaba las esposas—. Ahí dentro no encontraras ni una
sola huella mía, a no ser la suela de mis zapatos.
—Tendrás que acompañarnos a comisaria —replicó el inspector.
Poyales montó en la parte trasera de un coche patrulla como un detenido
más. Unos minutos más tarde estaba en su antiguo despacho. Terminaban de entrar
cuando llegó el comisario jefe al que todos apodaban “El Greco”, por tener un
rostro alargado muy similar al que inmortalizara el pintor en sus cuadros.
— ¡Coño Poyales!... esperaba que
tu vuelta a esta comisaría fuera de otra
forma —le saludó con mucha sorna no exenta de ironía.
Poyales impotente, por toda respuesta, movió ligeramente los hombros.
—No sabe qué ha pasado. Dice que es una casualidad que estuviera allí
—habló el inspector Toril dirigiéndose al comisario.
— ¿A sí? Cuéntanos tu cuartada —inquirió sentándose el comisario.
—No tengo cuartada —comenzó a relatar Poyales. Les contó lo sucedido; que
era detective y que este era su primer caso; su cliente, la esposa de la
víctima, creía que el muerto la engañaba y por eso le contrató. Se calló que
había puesto cámaras en la casa y lo que allí se organizaba. Tampoco comentó
que esa misma mañana se había cruzado con el Audi blanco y con el Toyota de la
Rubia Platino. Y ya que un muerto no puede conducir alguien lo conducía. Estaba
amaneciendo y dentro del coche estaba oscuro, además con las luces del coche se
ve peor en su interior. Y seguía pensando en por qué coño el móvil no había
detectado nada esa mañana. Termino su relato pidiendo:
Imagen del archivo de la ACDT El Piélago
—Quisiera pedirles que me dejéis asistir al funeral de la víctima. Necesito hablar con mi cliente para aclarar
alg…
—Con tu cliente hablaremos también nosotros —cortó el comisario—. Dado
que aun perteneces a este cuerpo haremos una excepción. Eres el principal y
único sospechoso. De momento no te vamos a detener. Preséntate todas las
mañanas en esta comisaría. Si a las doce de la mañana no te has presentado daré
orden de búsqueda y captura contra ti, y serás detenido allí donde te
encontremos. Eras un buen policía, ahora tienes que demostrarlo, porqué
pensabas recuperar tu puesto ¿no?
—Tengo que comer y para ello necesito trabajar —contestó lacónico
Poyales.
El detective se dirigió hacia la salida y al llegar a la puerta se paró.
Estuvo unos instantes pensativo. Se volvió y comentó:
—No sé si tendrá algo que ver, pero hace unos días eche en falta un
cuchillo de casa. No le di mayor importancia, pensé que lo habría tirado a la
basura con las sobras de algún plato, como me ha pasado alguna vez con los cubiertos. Pero será mejor que lo sepan por si
acaso…
Dos días
después, a media tarde, se celebró el funeral de la víctima. Aunque la muerte
fue por el cuchillo clavado en el pecho
seccionándole el corazón, los forenses tuvieron que establecer la causa
científica: muerte por pérdida severa de sangre producida por un shock a causa
de la penetración de un objeto
puntiagudo en el pecho a la altura del corazón. El cementerio estaba situado en
un pequeño altozano al que se llegaba
dando un paseo desde el barrio de su cliente. El cielo estaba salpicado de
nubes rotas, blancas y esponjosas que,
formando figuras imaginarias, hacían aparecer y desaparecer al sol como por
arte de magia. Una brisa persistente, y un poco molesta, agitaba las hojas de
los arboles produciendo sonidos de murmullos y cuchicheos como si hablaran
entre ellas.
El detective
observaba el proceso de enterramiento un poco apartado. Su sorpresa fue
mayúscula cuando no vio por ningún a la mujer del muerto: la Rubia Platino como
él la había bautizado. El que oficiaba de familiar era un hombre entrado en
años cuyo rostro se parecía mucho a la víctima, y que Poyales supuso sería su
padre. A su lado un joven de unos
dieciocho años que también se parecía al muerto y que el detective ni había
visto nunca y pensó que sería su hijo. Cuando terminó el sepelio, como era
costumbre aunque cada vez menos, todos caminando llegaron a la casa de la viuda
para acompañarla durante unos minutos y ofrecerle sus más sentidas
condolencias.
Poyales
siguió a la comitiva, él también daría su condolencias a su cliente.
Lógicamente su trabajo como detective había terminado, aunque ahora empezaba
otra investigación en la que se jugaba su futuro. Tenía que enhebrar el hilo
que seguía suelto y para ello primero tenía que encontrarlo. Su primera
sorpresa al entrar en la casa, aunque a estas alturas esperaba cualquier
cosa, fue…
Continuará….
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